Ustedes, pues, recen así:
Padre nuestro, que estás en el Cielo,
santificado sea tu Nombre,
venga tu Reino,
hágase tu voluntad
así en la tierra como en el Cielo.
Danos hoy el pan que nos corresponde;
y perdona nuestras deudas,
como también nosotros perdonamos
a nuestros deudores;
y no nos dejes caer en la tentación,
sino líbranos del Maligno.
Porque si ustedes perdonan a los hombres sus ofensas,
también el Padre celestial les perdonará a ustedes.
Pero si ustedes no perdonan a los demás,
tampoco el Padre les perdonará a ustedes.
Mt 6,9-15
Es muy importante el caer en la cuenta de algunos detalles: siendo tan importante la oración, no vemos a Jesús en ningún momento que obligue a los apóstoles, ni les imponga el que TIENEN QUE ORAR; los deja hasta que nace en ellos el deseo y la curiosidad; Él entiende que esto no es una obligación, sino una necesidad que nace desde lo más hondo del ser, como el “hambre”, como la “Sed”… algo sin lo cual no se puede vivir. Esto es algo que Jesús ha visto desde pequeño en su familia, en la gente sencilla de su pueblo: es una necesidad vital de estar en contacto con Dios y, por eso, es algo que está incorporado en su vida como el comer o el beber y lo hace con la más completa naturalidad: no sabe moverse si no es en presencia y con el beneplácito de su Padre.