¡AY LOS AÑOS…!

 

Melitón Bruque García

          Con el tiempo vas convenciéndote de algo que creías que nunca podía ocurrir, o al menos a ti no te pasaría, como es perder la pasión de la juventud que tendía a hacerlo todo eterno, absoluto, irrevocable… pero a medida que fueron pasando los años, te vas dando cuenta que de la misma manera que a la piel le aparecen arrugas, a aquella realidad radiante, llena de luz, de fuerza y de esperanza, empezaron también a aparecerle arrugas  y con ellas, unas sombras que, sabes perfectamente cómo han ido apareciendo, a pesar de que parecía que todo estaba lleno de luz y de claridad… pero  sin saber cómo, se fue cambiando todo y lo que parecía esplendoroso, se convierte en una tormenta y ves que cada vez se va oscureciendo  más, y esas arrugas o sombras, son intereses de todo tipo que aparecen y te dejan sorprendido, pues parecía que eso no existiera o que todo estaba superado y muy claro, pero de repente te das cuenta que nada puede darse por supuesto, que nada hay superado y, menos aún claro…

         Y te da una sensación de haber perdido la vida, porque ya no hay vuelta atrás, para hacer las cosas de otra manera, para desandar lo andado, pensando que los pasos que dabas eran aceptados y no hacían daño…

         Y resultó ser todo mentira y cogiste una dirección equivocada y te dejaron que llegaras hasta el final, donde sabían que no había salida. Y ya no hay vuelta atrás, ni posibilidad de desandar lo andado, e intentas poner freno, detenerte y cambiar el rumbo, pero ya se hace imposible, hay muchas cosas en medio, muchas cosas que se levantaron y no se pueden  derribar, ya no queda otra solución que agachar la cabeza y asumir lo hecho. E intentas buscar un sentido que te ayude a conformarte con lo que has conseguido y a convencerte que no vale la pena tirar la toalla y que, a pesar de todo, hay muchas cosas lindas que merecieron el esfuerzo.

         La otra postura es la que toma otra gente: tirarlo todo por la borda y quedarse a la deriva, dando por perdido todo lo que se hizo y vivió, intentando empezar de cero, pero eso es una alucinación, un engaño, un cerrar los ojos a la realidad que te golpea, pues no estás en “cero”, sino que estás en un edificio en escombros que se te cayó y en donde quedaron enterrados y destruidos tus sueños, tus esperanzas, tu esfuerzo, tu vida, tus fuerzas, tu juventud, tus años… Ya nada es lo mismo, ni siquiera tu salud; ahora un dolor de rodilla te produce una crisis de soledad; una noche de desvelo te lleva al médico, pues al día siguiente no eres persona y te atiborran de medicinas y pasas un mes para recuperarte.

         No, nada es igual, a pesar de que los ánimos estén altos, pero las fuerzas ya no responden.

         La vida sigue su ritmo y el sol sale cada mañana, pero yo ya no soy el mismo, a mí me cuesta cada vez más levantarme cada mañana, coger el ritmo y, lo que antes consideraba una piedra en el camino, ahora se me antoja una montaña llena de dificultades.

         ¡Ay los años! Parecía que ese tema era un asunto que no iba conmigo. ¡Qué equivocación más grande!

         Pero lo más irrisorio es que sigo pensando que no va conmigo, pues me miro al espejo y no me veo como mis compañeros, pero ellos, cuando también se miran al espejo, piensan lo mismo, y me ven como yo los veo a ellos.

         Y eso que ocurre en el cuerpo con el paso de los años, va ocurriendo a todos los niveles, hasta en lo más simple y anodino: aquella moda de los pelos largos que a mi padre lo ponía nervioso y al hermano Aurelio le impedía mirarme a la cara, porque solo me miraba la cabeza; aquella moda  “a lo Beatles” y que yo acepté por el simple  gusto de fastidiar a mi padre y a un cura que me hizo sufrir mucho… esa actitud  y esa moda, ahora no las soporto.

         Antes me gustaba que me miraran, ahora me fastidia tanto como tener que estar preocupado del pelo.

         Me encantaban los coches y soñaba con participar en el “Paris-Dakar”… y con los años te vas dando cuenta de lo superfluo y lo estúpido que es todo eso; Ahora no soporto estar en el escenario, no me atrae absolutamente el protagonismo, prefiero el silencio, pasar desapercibido, gozo con lo bien hecho, no me gustan los lujos, me siento feliz con mi coche Toyota que me regaló mi hermana Matilde… aunque todos me digan que soy un roñica porque el coche tiene ya 24 años y nunca estrene uno. En este coche he vivido un cuarto de mi vida y yo no lo quiero para exhibirme, sino para moverme y eso lo hace maravillosamente.

         Y en cuanto a la ropa que tanto me gustaba, ahora lo único que me importa es estar cómodo con aquello que me siento a gusto y no me importa en absoluto que esté trasnochado.

         Siento y vivo, no pendiente de mí, sino en no ser una carga para nadie y me siento feliz siendo solución de problemas y no parte de ellos; cada vez siento menos necesidad de cosas que me aten y las pocas que siento necesarias, cada vez me interesan menos. Lo único que me atrae es vivir sin complicarle la vida a nadie.

         Me dicen que soy un ruin porque no me voy a pasar las vacaciones a un hotel, a un crucero o a un balneario de lujo, pero yo no hago más que preguntarme: ¿a cuento de qué el afán de la gente por organizarle la vida a los demás y queriendo imponerles lo que según ellos debería ser pasarse la vida de forma agradable y tranquila.

         A mí no me apetece viajar, ya he viajado mucho; me siento feliz encontrándome con mis cosas, con mis recuerdos, en mi casa, haciendo mi comida, comiéndome un tomate a bocados, como cuando era niño y tenía que hacerlo a hurtadillas para que no me viera mi abuelo; me gusta que me resbale el zumo de la sandía por los codos sin que nadie me reproche o me juzgue, o se sienta molesto y me diga cómo tengo que hacer las cosas.

         Sí, efectivamente, comprendo que soy un ser raro, un bohemio; desde mi infancia, fui así, un pequeño salvaje, y en mi adolescencia y juventud me educaron en régimen militar obligándome a hacer las cosas según unas reglas establecidas. Ahora, a mis años, ya estoy harto de ser “políticamente correcto”. Quiero ser yo; no quiero imponer nada a nadie, pero tampoco tolero que nadie me imponga sus esquemas. Amo la libertad interior y exterior.

         Pienso que la pobreza, como el celibato, como la castidad, la riqueza… no son conceptos físicos, sino teológicos, sí, porque son posturas que tomamos ante Dios, que es la única razón posible para asumir esos valores. Y porque es imposible llevarlos adelante si no está en medio la fuerza de Dios, que es el único que le da el sentido de trascendencia a todo.

         ¿Cómo puede llamarse físicamente pobre una persona con un nivel de formación universitaria, con capacidad para abrirse paso en la vida por donde desee hacerlo, con sus necesidades básicas cubiertas?          Es un engaño querer demostrar lo indemostrable. La POBREZA no está en el TENER, sino en el SER y POBRE es aquel que no se siente amarrado a nada de lo que tiene, ni le quita la libertad, sino que lo que tiene lo pone al servicio de los que no tienen posibilidad alguna y sus posibilidades le sirven de instrumento para construir la felicidad allí donde llega con los que le rodean y de esa manera él se siente feliz.

         Yo confieso que físicamente yo no soy pobre, pues tengo lo que necesito y me sobra; hoy he contado las camisas que tengo y me ha dado hasta vergüenza, claro que tengo varias que tienen ya más de 25 años y ya no me las puedo poner. Pero también confieso que ninguna camisa me ata ni me causa ningún problema, en cambio me siento completamente libre pudiendo aportar mi ayuda para que la gente que me rodea sea feliz.

         En esta misma onda enmarco el CELIBATO, pues lo considero una expresión de la pobreza: ni una camisa ni… los mismos sentimientos más nobles y naturales, como es el comprometerte con una mujer y vivir la vida con ella creando una familia te atan, pues al tener como objetivo supremo el reino de Dios, ante el que queda supeditado todo y por el que te lo juegas todo, no se trata de “dejar” o de “renunciar” a nada, ya que te juegas tu riqueza humana por algo que consideras superior; es el tema del tesoro que plantea Jesús: dejas todas las joyas que tienes por otra superior.

         Por eso no hablo de renuncia ya que se hace una opción por algo que es superior: el reino, hacia el que todo va dirigido y en función de él todo recupera su valor y su sentido.

         Pero lo que no tiene sentido es dejar lo más natural y sagrado como es el amor a una mujer y a una familia, para amarrarte a un coche, a una casa,  a un puesto de trabajo o a un sueldo…

         De la misma manera la CASTIDAD: pienso que es un absurdo y una estupidez hacer una reducción de algo sumamente grande y sagrado a la genitalidad, y no digo “sexualidad”, porque eso es un concepto totalizante de la persona: el sexo es la marca de la persona; la CASTIDAD en cambio es un valor que lo abarca todo e indica la LIMPIEZA de la persona en todas sus facetas físicas, psíquicas, sociales, espirituales, éticas, morales… La castidad, como el sexo, es un sello que marca a la persona en todos los ámbitos; por eso entiendo que es una aberración llamar “casta” (limpia) a una persona usurera, chismosa, malintencionada, explotadora… por el simple hecho de que no haya tenido relación sexual con nadie, cuando incluso es posible que no la haya tenido por desprecio a alguien, por egoísmo, porque le da asco, y hasta por miedo.

         Ser CASTO, como ser POBRE es uno de los títulos de grandeza más grandes que se le pueden aplicar a una persona, pues consiste en reconocerla LIBRE Y LIMPIA.


HAY GENTE LINDA… (Melitón Bruque G.)

Esta mañana fui a una oficina pública para entregar una documentación que me pedían; primero, con un gesto agrio y agresivo me dijo la persona que se encontraba detrás de la ventanilla que estas cosas debo hacerlas a través de internet; le contesté que yo no tengo de eso, haciéndome eco de la gran cantidad de personas
mayores que no tienen idea del tema.
         Me tira un papel para que lo rellene y sigue mascullando un lenguaje incomprensible.
          No me di cuenta de rellenar la casilla donde se indica el distrito postal al que pertenece mi calle; casi me expulsa de la ventanilla donde me atendía, insultándome y protestando porque “las cosas no se pueden hacer así, pues luego vienen los fallos y las protestas y las culpas siempre se las cargan ellos…”
         Me han entrado ganas de decirle: ¿Y para qué está usted ahí cobrando el sueldo que le pagamos? Pero preferí callarme porque hubiera montado un escándalo y me hubiera colocado a su misma altura. Ya sé que otro me dirá que debería haber pedido el libro de reclamaciones…
         Efectivamente, habría muchas formas de llamarle la atención. Yo he preferido ésta en la que todos podemos sacar una conclusión y llevarla a nuestra propia vida:
         Una persona preparada, eficiente, inteligente, educada, agradable, sensata…allana el camino, quita los obstáculos, hace fácil el trabajo a todos… incluso con amabilidad rellena ella misma el papel, si es que ve que la otra persona tiene dificultad, porque para eso está puesta allí, para eso cobra un sueldo, le hace fácil al cliente la operación que está fuera de su ámbito y es fácil que se confunda, es decir, realiza correctamente su servicio.
         Pero está visto y comprobado: cuanto más inútil, inepta, incapaz, incompetente, desagradable, ineducada… es una persona, más difícil pone las cosas, más lo complica todo. Me imagino que es la única forma que tiene para decir al público que atiende que lo que está haciendo es importante.
         En cambio, cuanto más inteligente, más preparada, más eficaz, más segura… es una persona, te la encuentras que, incluso el trabajo más difícil y complicado lo hace fácil, es sencilla, agradable, cercana y lo último que se le ocurre es hacer que el que está pidiendo un servicio se sienta agobiado y, menos aún, abochornado.
         Por el contrario, el que fue a pedir el servicio, sale satisfecho, se ha sentido escuchado, valorado y se vuelve feliz de haber encontrado a una persona que lo trató con dignidad poniéndolo a su altura, pues el grande rompió todas las distancias y barreras, sobre todo si te vio que estabas agobiado o un poco nervioso porque no dominas el tema.
         Y es que hay gente para todo:
         Hay gente linda que te acoge con una sonrisa amplia; al encontrarte con ella, sientes como que se hubiera abierto una gran puerta de par en par, la puerta del corazón y cuando ha recibido tu sonrisa como respuesta, se pone a tu disposición, y va delante de ti conduciéndote y evitando que puedas tener posibles dificultades, fracasos o caídas, pues siente que tu problema es el suyo.
         Hay gente lida que cuando te escucha lo hace con el corazón y pone en atención toda su persona, se entrega en cuerpo y alma, y lo hace mirándote a los ojos y no pendiente al móvil en el que suenan las llamadas del WhatsApp y está pendiente para ver quién le ha llamado,      La gente linda, en cambio, corta todos los teléfonos y centra su atención en ti. Te deja hablar hasta que has dicho lo que querías sin interrumpir el hilo de tu exposición, sin juzgarte antes de escucharte, porque le importa mucho tu opinión, y la situación que atraviesas, porque hace suyos tus sentimientos de alegría o de tristeza.
         Es gente grande que te respeta, que no permite que hablen mal de ti cuando estás ausente, por eso te cuida, te valora y no soporta que hagas el ridículo o se burlen de ti, por eso no duda en corregirte o advertirte de palabras o situaciones complicadas y te aconseja para evitarte problemas… hasta te corrige si es que cometes una falta de ortografía.
         Hay gente linda que te quiere tal como eres y no por lo que tienes: título, dinero, estatus social, ni siquiera por tu belleza o simpatía. Te quiere “porque sí”, sin más razones ni argumentos, tal como lo hace Dios, porque el AMOR no tiene razones, es absolutamente gratuito, por eso no te fuerza a nada, no te controla, no te impone nada, no lleva cuenta de los fallos ni los guarda para luego refregártelos en el momento de la próxima caída.
         La persona que te ama de verdad, se fía de ti y confía en ti plenamente, pues el amor se fundamenta en la confianza en el otro, por eso jamás un verdadero amor quita la libertad, pues sabe que un amor forzado o interesado es una opresión.
         El verdadero amor no exige respuestas, ni amenaza si es que no las obtiene; un amor verdadero es el regalo más grande que podemos obtener en la vida y, la persona que ama de verdad, es el tesoro más hermoso que podemos encontrar. Pero precisamente, por ser lo más grande, cuando no es auténtico se convierte en el peor de los castigos.
         Hay gente linda que te quiere de verdad y en tu dolor o tu fracaso sientes que sufre a tu lado, pues tu dolor lo siente suyo y no te reprocha nada, ni te culpa recordándote las veces que te lo advirtió, con lo que multiplica tu dolor y tu fracaso, haciéndote sentir despreciable. Por el contrario, se pone a tu lado para ayudarte a levantarte.
         Esa gente entrañable la tendrás siempre a tu lado, dándote una idea interesante, apoyándote en lo que hayas decidido y poniéndose a tu disposición, incluso apoyándote económicamente con lo que puede, cuando lo necesitas, sin buscar otro interés que tu triunfo; por eso te apoya, te sostiene, te anima, se alegra contigo y celebra tu triunfo.
         Esta gente te quiere tanto, que está pendiente hasta de los detalles más simples: tu santo, tu cumpleaños y hasta tus gustos…
         La presencia de la gente linda que te quiere es como una corriente de aire fresco en un día de calor sofocante o como encontrar en un día de calor como el de hoy (42º C) una fuente de agua fresca y cristalina que te refresca, te sana, te limpia te reanima, te devuelve las ganas de vivir…
         Es esa gente que sientes la necesidad imperiosa de verla, de abrazarla, de estar a su lado, de escucharla, de sentir que te escucha porque te sientes amado, comprendido, acogido, aceptado… Esa gente se hace necesaria y… yo diría que se hace imprescindible para la vida.
         Por todo eso, dice el libro de los Proverbios: que quien encuentra un amigo encuentra un tesoro y quien encontró a alguien que lo ama de esta manera, ha de responderle con la misma moneda y cuidar ese amor como el tesoro más valioso, como lo único que le da sentido a la vida, porque vivir sin amar o ser amado no es vivir.
         Por eso, considero que el mayor de los errores, la peor de las equivocaciones que se pueden cometer en la vida es romper, matar, ensuciar, destrozar, abandonar… el gran tesoro del AMOR, que es el sentido que Dios regala para vivir la vida y ser feliz. El error más tremendo y mortal es el no reconocer el AMOR
         S. Juan lo dice bien claro: “La condenación consiste en no reconocer al Hijo de Dios”. Es que DIOS ES AMOR y no hay cosa más grande en el universo que saber que tenemos un puesto en el corazón del AMOR en el corazón de DIOS.

DE VUELTA



Melitón Bruque Garcia
(6-4-20)

         Hermanos míos: En estos dos meses de encerrona que llevamos, hemos tenido mucho tiempo para pensar, para revisar nuestras vidas, nuestras actitudes y hasta detenernos para analizar el sistema de vida y el camino que llevamos.
         Ha sido una verdadera cuaresma en la que hemos experimentado el desierto en nuestra vida; lindo sería que hayamos resucitado y ahora vayamos caminando hacia un Pentecostés glorioso para que al estilo de los grandes personajes de la biblia: Elías, Moisés y el mismo Jesús, salgamos de nuestras cuaresmas y bajemos del monte a la realidad, mirando las cosas y la vida de otra manera.
         ¡Ojala, todo esto que llevamos vivido nos haya servido para bajar unos cuantos peldaños de la escalera donde nos habíamos subido y que todos veíamos que no tenía bases ningunas y sentíamos el vértigo de pensar que podríamos ir al precipicio! ¡Ya ocurrió!
         Ahora nos están hablando de una “Nueva Normalidad”; no nos equivoquemos, pues de lo que se trata es de volver a la NORMALIDAD, es decir: a recuperar el sentido común, pues la locura en la que nos estábamos instalando era una auténtica A-NORMALIDAD.
         Hemos necesitado de un virus invisible para hacernos ver con claridad lo débiles que somos, que la vida es un regalo y que debemos cuidarla, disfrutarla, descomplicándola y apoyándonos unos a otros para vivirla siendo felices.
         Habíamos cogido una deriva que nos llevaba al abismo y a la soledad más absoluta; alguien me decía estos días: “Tengo ganas de que pase toda esta pesadilla para poder abrazar a toda mi gente” 
         ¡Cuánto tiempo hemos perdido, detrás de las pantallas o teniendo gestos groseros y sin sentido con la familia y con la gente que más nos quiere!
         Ha tenido que venir un virus invisible para que nos demos cuenta que no somos nadie, que nuestro cuerpo se deshace con lo más inverosímil; que sin los demás, estamos perdidos… y hemos podido observar y experimentar con tristeza la imagen del egoísmo expresada en una realidad muy dolorosa: la muerte en la más triste soledad, sin poder despedirte de la gente que amas, sin sentirte acompañado en el momento solemne de la partida.
         El virus nos ha enseñado la lección más triste que jamás hubiéramos podido imaginar; con esta realidad dolorosa, nos ha dibujado la imagen del egoísmo y la insolidaridad. Es ahí donde nos lleva el egoísmo, el individualismo, el nihilismo en donde andamos metidos.
         Para evitar que este virus desconocido y letal, agrediera a los más débiles, se ha tenido que tomar la medida de cerrar los templos para celebraciones masivas; hay gente que no ha querido entender la medida y la considera una falta de fe, una cobardía y un gesto de sumisión… Cada uno mide las cosas con su vara particular y con sus intereses, pero la realidad no ha sido sino un acto de solidaridad, mientras que por otro lado, el templo ha estado siempre abierto para quien lo ha necesitado.
         Al mismo tiempo, nos ha llevado a replantearnos nuestra fe y nuestra practica de vivencia de ella en la comunidad, donde hemos podido sentir la necesidad de la Eucaristía como el Pan que nos da la Vida, la necesidad del encuentro con los hermanos que a diario o semanalmente nos reunimos para saludarnos, celebrar la vida y la fraternidad, compartir la alegría de la amistad, escuchar la Palabra de Dios que nos ilumina siempre en nuestro caminar, compartir nuestra fe, nuestra esperanza…
         Todo esto no son cosas banales ni costumbres estúpidas y arcaicas como dicen algunos, sino que componen un pilar muy importante de nuestra existencia.
         Pero al mismo tiempo que hemos probado y sentido en nuestra persona la necesidad, esto mismo nos ha llevado a plantearnos la actitud de dejación y devaluación a la que estábamos llegando, con la que a veces vivimos todo esto, sin pensar que más de las ¾ partes de la humanidad no tienen estas posibilidades y hay muchísima gente que para poder participar en una Eucaristía ha de caminar varios días y hasta se juega la vida, pensemos lo que ocurre en la actualidad en Pakistán. 
         En cambio aquí, ha habido gente que me ha reprochado acusándome de cometer una injusticia porque hemos roto la ilusión que los niños tenían por la fiesta de su primera comunión y la pregunta que surge inmediatamente es si será justo que engañemos a los niños y los mantengamos en una burbuja, que en cuanto la vida se la explota se van a encontrar con las manos vacías.
         Tenemos que bajarnos de la nube en la que nos habíamos instalado, soñando en una realidad “a-normal” y volver a la sensatez, a entender que hay cosas que no son negociables:
                   -El amor, el respeto a todos los niveles…
                   -El gozar con el trabajo bien hecho y honrado como expresión de nuestra riqueza de persona;
                   -La solidaridad y el servicio como expresión de nuestra grandeza y nobleza humana;
                   -El respeto a la vida en todas sus formas;
                   -El sentido común como la norma más elemental de subsistencia;
                   -La verdad como fundamento de toda relación;
                   -La responsabilidad como principio de toda libertad…
         Y entender que el ser humano es una Persona con carne, hueso y espíritu, que lo hacen diferente al resto de seres de la creación; que la fuente de su dignidad y grandeza humana es el ser semejante a Dios, porque nos ha hecho hijos suyos y, por tanto, hermanos de todos los seres humanos y no enemigos, a quienes les debemos respeto y cariño.
         Esta es la NORMALIDAD que Dios ha querido para el ser humano.


LA “NUEVA NORMALIDAD” (Melitón Bruque García)



1-5-2020

         Hay una palabreja que viene repitiéndose a cada momento y veo que hasta el obispo la utiliza como algo “normal”.
         Yo estaba pensando que sería uno de esos términos que esta gente suele soltar para camuflar otra idea, como suelen hacer a cada momento jugando con el lenguaje, pareciendo decir una cosa cuando en el fondo están sosteniendo otra, a la que le han denominado con otro termino, que parece decir otra cosa pero que va por otro lado muy distinto. Pongamos algún ejemplo: se habla de salud reproductiva o de interrupción del embarazo, como si fuera algo que puede retomarse después o de algo que nos va a llevar a una fertilidad más sana… cuando de lo que se está hablando es de asesinar a un feto. Pero este lenguaje solo se emplea para el ser humano, no para los animales.
         Desde que empecé a oír esta palabra me sonaba muy mal, porque si es “nueva” como puede ser “normal”, pues una cosa “Normal” es la que ha sido impuesta por una norma dada, que ha llegado a aceptarse como algo bueno, de forma que se considera como lo correcto y lo que todo el mundo asume sin discusión, de tal forma que se acepta como algo “Normal”.
         Pero aquí se han saltado todas las aceptaciones y todo el proceso y de golpe y porrazo se impone una “NUEVA NORMALIDAD”.
         Llevo unos días leyendo algunas fuentes y me estoy dando cuenta que no es invención de nuestros políticos, sino que es un lenguaje que está cogiendo su carta de ciudadanía en muchos estamentos de distintos lugares y grupos: llámese ONU, OMS, llámese Foro de S. Paulo… etc. y todos sabemos por dónde va esta gente.
         Pero lo curioso es que todos hablan de la “Nueva Normalidad” pero nadie dice cómo es esa normalidad, ni quién va a imponer la nueva norma, para que se convierta en “normal” y qué es lo que se pretende con ella.
         Porque en ese caso, cualquiera de nosotros podría poner su “norma” e imponérsela a todo el mundo para que la asumiera y se convirtiera en normal; incluso ese proceso se puede dar, o porque sea algo completamente natural, o impuesto por la fuerza…
         ¿Cómo será entonces, esa “Nueva Normalidad”? ¿Quién la va a determinar o imponer? ¿Qué principios va a sostener y que nos obligue a todos a aceptar como algo “normal”? ¿Qué se pretende con ella?
         De hecho acabo de leer un artículo en donde se habla un poco de todo esto y donde el autor aboga por algo así como que la tierra es un ser vivo cuyo miembro consciente es el ser humano, por tanto, cualquier problema de la tierra es un problema de todos y la solución ha de ser de todos, para lo que se necesita una cabeza única que coordine y todos los demás se sometan sin rechistar; es decir un gobierno mundial con una ideología única y una normativa única a la que todos se sometan. No puedo evitar el traer a mi mente a Robert Hugh Benson con su novela “Señor del Mundo” en donde prevé a principio del siglo XX (1903) el nuevo orden mundial que lleva a la apostasía total bajo una sola autoridad.
         El problema está en quién establece la “ norma” y bajo qué criterios lo hace, porque en el mismo artículo ya se apunta de pasadita la “sobrecarga de personas mayores que vienen a ser como células envejecidas que suponen una especie de enfermedad para la tierra”; algo que hemos venido oyendo todo este tiempo y que se viene soltando sin darle mucha importancia y vuelvo a escuchar como el eco de aquel día hace 25 años en que en el aula de la universidad el conferenciante nos  decía a todos los asistentes que en los planes de los dirigentes mundiales estaba el reducir la población en este siglo de los 7 mil millones a mil doscientos. Recuerdo que nos quedamos todos como a quien le vuelcan un cubo de agua helada.
         Pero las antenas se vuelven a poner en estado de alerta, cuando examinas despacio y ves cómo van dándose pasos y los vamos aceptando con una alegría impresionante, de tal forma que los vamos viendo “normales”: el aborto, la eutanasia, la esterilización, la homosexualidad, la ideología de género… todo está orientado al extermino de la raza humana, haciéndola estéril… y lo estamos asumiendo como algo que, incluso, decimos que va en beneficio del ser humano.
         La pregunta que me surge es la siguiente: lo normal es que el ser humano, como todos los seres vivientes, se multiplique, viva y sea feliz en armonía con la naturaleza… si eso no se está haciendo es que algo está fallando; a este fallo, yo lo llamo: “La humanidad está enferma” y lo “normal” es que se cure y la única medicina que desde el origen de la existencia del ser humano existe, es ponerse en conexión con su creador que estableció unos principios naturales, que son los grandes valores absolutos que se convierten en referentes objetivos, a los que el hombre ha ido acomodando su conducta en la tierra para poder vivir en convivencia pacífica con sus vecinos y con el planeta.
         Esos principios no han sido impuestos por ninguna ideología política, sino por la misma naturaleza y existieron miles de años antes de que el redactor del libro del Deuteronomio o del Éxodo los fuera recogiendo, como principios normativos de las relaciones entre los hombres; y Moisés se los dio resumidos a su pueblo como las normas dictadas por Dios en la misma naturaleza, que después la humanidad los ha venido llamando MANDAMIENTOS DE LA LEY DE DIOS.
         Pero ahora parece que alguien quiere una “Nueva Normalidad” que no está basada en la misma naturaleza, sino en la economía de mercado y en la avaricia de apoderarse de todos los bienes de la tierra y someter a sus órdenes a los súbditos que ellos han determinado que existan, apropiándose incluso de su voluntad, que para eso ya puede hacerse con las nuevas tecnologías y la biogenética: al final resultaría Aldous Huxley como uno de los grandes profetas del siglo XX (1894-1963) lo malo es que la profecía termina diciendo que el día que esto ocurra, la humanidad habrá terminado de existir sobre la tierra.

¡TODO PUEDE SER MEJOR!



Dr. Fermin Bruque García
24-02-2020

Hace tiempo que somos conscientes de la espiral de locura en la que ha entrado nuestra civilización. Si recordáis en 2008 en pleno éxtasis económico, cegados por el espejismo de un falso progreso, construimos un mundo efímero, volátil e irreal donde la nada   adquirió  un valor inusual e incomprensible, sin nada que la respaldase salvo “una burbuja” de falsos sueños que a la postre se convirtieron en una  bofetada de realidad cuando nos sorprendió  la caída de Lehman Brothers que nos sumió en una profunda crisis económica y social de la que realmente no hemos llegado a salir.
        
Desde entonces, tengo la sensación de haber entrado en otra espiral que llamaría de pérdidas: - No hemos sabido aprender a construir una
sociedad sostenible y justa.
-      Hemos vuelto a equivocarnos con políticos que no entendieron la crisis y nos han llevado a una fractura social.
-      Hemos perdido muchísimo en valores.
-      Hemos dado entrada a la mentira en este juego sucio.
-      Hemos perdido capacidad crítica al perder la base de una educación de calidad y libre.
-      Nos hemos hecho gregarios, intolerantes, esclavos del menosprecio al otro, inmorales o indolentes si se trata de eliminar al distinto y sobre todo muy vulnerables por la facilidad con que somos manipulados a través de redes y medios de comunicación.
-       Nos hemos idiotizado, infantilizado retrasando con ello la aventura ilusionante del cambio.

Podría entender que vieseis mi argumentación un tanto agorera, pesimista. También yo como muchos, deseo y deseaba un cambio y no necesariamente que se ajustara a mis intereses particulares. No. Ese es precisamente el problema: muchos no entienden de un cambio colectivo y generoso.
Los gobiernos, asesorados por especialistas en manipulación de masas saben que si hablan claro de sus intenciones es probable que obtengan una respuesta por parte del populacho negativo y difícil de controlar poniendo en peligro sus intereses y su permanencia en el poder. Así pues, recurren entre otras muchas a una técnica de manipulación de masas que es la desensibilización: Esta consiste en introducir gradual, progresiva y repetidamente hasta la saciedad mensajes a través de películas, videos musicales, noticias, iluminatis de turno, líderes de opinión, de tal manera que sin clara conciencia de ello, el rebaño desconcertado que así es como nos perciben, se vea inmerso y aceptando sin cuestionamientos, sin problemas morales o de otra índole el propósito inicial y perverso de un gobierno o poder fáctico según los casos.
Las élites políticas saben que una población ignorante no es un problema para su liderazgo ni un obstáculo que deban solucionar ya que una sociedad como la actual con un encefalograma plano en su conciencia crítica, simplemente no cuestiona y se limita a seguir las tendencias en esa necesidad de pertenencia gregaria al grupo dominante.
Esto último se ve reforzado al solaparse con la espiral de silencio de los medios de comunicación que finiquitando su código deontológico y cercanos a un servilismo acaban siendo correa de transmisión para dirigir la opinión pública y la adherencia de los individuos a un ideario político a través de una deliberada y sofocante acumulación de mensajes de un solo signo siguiendo los postulados del establishment.

En este ambiente de pandemia por el Covid-19, de ese eco de deseo de cambio social, recluidos, privados de libertad, llenos de miedo, es el escenario ideal para que la ingeniería de masas con intereses bien definidos esté empezando a transmitir como un mantra, una y otra vez el mensaje condicionador de que  “ya nada será igual”. Mientras, nosotros seguimos asomándonos a las ventanas con gestos solidarios y muchas veces idiotizados ignorando y no admitiendo que todo no es por nosotros sino contra nosotros.
          
¡TODO PUEDE SER MEJOR ¡

Siento como si el gobierno se hubiese  investido con el derecho a invadir todos los ámbitos de nuestra realidad  y en este contexto de falsedad, de ausencia de proyectos válidos que nos permitan salir vivos de esta situación y  seguir viviendo en este difícil escenario que nos queda después de haber arruinado nuestra economía,  seguimos oyendo la molesta cantinela, “ya nada será igual”, como si fuese una aguja hipodérmica que persigue la desensibilización social, la aceptación sumisa a una especie de pasarela  sin retorno de un mundo gobernado y manipulado  por sistemas coercitivos que fuercen la voluntad de las gentes a través  de formas poco o nada democráticas .
          Me preocupa que lo estemos asumiendo como algo irremediable, como si en verdad nuestra vida y nuestro futuro les perteneciera y no existiera un horizonte diferente.
           Estamos asumiendo su objetivo de quiebra social y económica. Es frustrante porque ya se ha conseguido dividir a la sociedad, dar por hecho que quien está es quien debe estar, y a la vez que los disidentes ideológicos son seres a aparcar, despreciables, conspiranoicos que atacan el bien y el interés común que no es más que su interés.
     ¡Basta ya.!
     ¡Todo puede ser mejor ¡.

      Desde el punto de vista médico los que estamos en primera línea y hemos sufrido la enfermedad con riesgo a la pérdida de nuestra vida, sabemos que una parte de la solución pasa por apartar a quienes han demostrado sobradamente su ineptitud en la gestión de esta crisis a lo largo de estos meses y que desgraciadamente siguen exponiéndonos con sus decisiones erradas a un riesgo no asumible, a veces de juzgado de guardia.
       Sabemos que hay gestores eficaces, inteligentes y honestos capaces de sacarnos de esta crisis pero anulados por esta deriva autoritaria con toques de despotismo de nuestros representantes políticos.
        Siempre hay quien comercia con el dolor, siempre quien te venda pañuelos para enjugar tus lágrimas y ahora probablemente el negocio de las grandes farmacéuticas está en convertir a los 7700 millones que poblamos la tierra en potenciales enfermos a quien vacunar de algo que ni siquiera sabemos si generará una respuesta inmunológica efectiva y duradera. Es más rentable como podréis ver esto que la cura individual.
        Quiero ser optimista incluso cuando digo que tendremos que asumir cierto riesgo que es lo mismo que decir que hay que divertirse viviendo.
         Creo que el futuro escenario en el que interpretaremos la lucha contra la enfermedad no será el mismo. Se conoce mejor la fisiopatología, el modo en que nos daña el virus, y probablemente ya no improvisaremos tanto a la hora de tratar futuros casos.
        Probablemente, nuestros recursos hospitalarios tampoco estarán tan colapsados que nos lleven a despreciar la vida de nuestros mayores con esa cruel   indolencia que ya ha llegado para quedarse, aceptando su muerte como mal menor como quien desecha las entrañas de una bestia que va al matadero.
       Estamos desensibilizándonos a demasiadas cosas. El nivel de lo moral o ético parece estar en si “me atañe o no a mí,”en si me pillan”. Fuera de ahí todo vale. 

 ¡ Pue si, todo puede ser mejor. !

     Socialmente necesitamos una respuesta urgente, contundente a este dislate que vivimos y que nos permita acabar con este fenómeno de idiotización que aludía al principio de este artículo.
     Esto lo veo más complicado porque llegamos a esta forma de ser que tiene el españolito de hoy tras siglos de falta de respeto a nosotros mismos, de desprecio y vergüenza de nuestra cultura, de nuestras glorias y gestas y del olvido e insulto a sus grandes hombres y mujeres.
      Una y otra vez volvemos a demoler lo conseguido con este particular entusiasmo suicida, con la osadía de la ignorancia y con una irresponsable y arrogante frivolidad.
       Necesitamos aparcar el sectarismo de rojos, azules, blancos, negros, buenos malos; abandonar en definitiva las etiquetas.
       Necesitamos aparcar esta actitud de endiosamiento personal, que nos hace frágiles y crueles.
       Necesitamos aparcar la envidia como pecado nacional.
       Necesitamos apostar por la cultura que nos libere de las garras en las que siempre hemos estado de predicadores y charlatanes de todo signo.
       Hemos de pensar que el mundo no nos pertenece y fomentar el respeto y la sostenibilidad del mismo.
       Hemos de apostar por el esfuerzo, la familia….

En ciencia se habla de epigenética, que de manera nada científica, de andar por casa viene a decir cómo diversos factores externos, ambientales, nuestra forma de vivir, sentir, pensar, entender el mundo, incluso diría yo de respetar al otro, es capaz de modificar la forma en que nuestro material genético se expresa. Hay estudios muy interesantes en genética y herencia en niños adoptados por familias con alta probabilidad de padecer cáncer que al final llegan a tener el mismo riesgo que sus padres adoptivos. Si este mecanismo epigenético puede tener tanta influencia en la expresión genética sin provocar cambios estructurales en los cromosomas, si esto es así, ¿nos vamos a creer que ya nada va a ser igual ?. Si, mejor.
Necesitamos cambiar para que el mundo cambie. Necesitamos una pandemia de generosidad que invada nuestros genes y la reproduzca cada minuto de nuestra existencia con la diferencia que aquí el contagio puede ser la salvación del mundo.