Melitón Bruque
Garcia
(6-4-20)
Hermanos míos: En estos dos meses de
encerrona que llevamos, hemos tenido mucho tiempo para pensar, para revisar
nuestras vidas, nuestras actitudes y hasta detenernos para analizar el sistema
de vida y el camino que llevamos.
Ha sido una verdadera cuaresma en la
que hemos experimentado el desierto en nuestra vida; lindo sería que hayamos
resucitado y ahora vayamos caminando hacia un Pentecostés glorioso para que al
estilo de los grandes personajes de la biblia: Elías, Moisés y el mismo Jesús,
salgamos de nuestras cuaresmas y bajemos del monte a la realidad, mirando las
cosas y la vida de otra manera.
¡Ojala, todo esto que llevamos vivido
nos haya servido para bajar unos cuantos peldaños de la escalera donde nos
habíamos subido y que todos veíamos que no tenía bases ningunas y sentíamos el
vértigo de pensar que podríamos ir al precipicio! ¡Ya ocurrió!
Ahora nos están hablando de una “Nueva
Normalidad”; no nos equivoquemos, pues de lo que se trata es de volver a la
NORMALIDAD, es decir: a recuperar el sentido común, pues la locura en la que
nos estábamos instalando era una auténtica A-NORMALIDAD.
Hemos necesitado de un virus invisible
para hacernos ver con claridad lo débiles que somos, que la vida es un regalo y
que debemos cuidarla, disfrutarla, descomplicándola y apoyándonos unos a otros
para vivirla siendo felices.
Habíamos cogido una deriva que nos
llevaba al abismo y a la soledad más absoluta; alguien me decía estos días:
“Tengo ganas de que pase toda esta pesadilla para poder abrazar a toda mi
gente”
¡Cuánto tiempo hemos
perdido, detrás de las pantallas o teniendo gestos groseros y sin sentido con
la familia y con la gente que más nos quiere!
Ha tenido que venir un virus invisible
para que nos demos cuenta que no somos nadie, que nuestro cuerpo se deshace con
lo más inverosímil; que sin los demás, estamos perdidos… y hemos podido
observar y experimentar con tristeza la imagen del egoísmo expresada en una
realidad muy dolorosa: la muerte en la más triste soledad, sin poder despedirte
de la gente que amas, sin sentirte acompañado en el momento solemne de la
partida.
El virus nos ha enseñado la lección más
triste que jamás hubiéramos podido imaginar; con esta realidad dolorosa, nos ha
dibujado la imagen del egoísmo y la insolidaridad. Es ahí donde nos lleva el
egoísmo, el individualismo, el nihilismo en donde andamos metidos.
Para evitar que este virus desconocido
y letal, agrediera a los más débiles, se ha tenido que tomar la medida de
cerrar los templos para celebraciones masivas; hay gente que no ha querido
entender la medida y la considera una falta de fe, una cobardía y un gesto de
sumisión… Cada uno mide las cosas con su vara particular y con sus intereses,
pero la realidad no ha sido sino un acto de solidaridad, mientras que por otro
lado, el templo ha estado siempre abierto para quien lo ha necesitado.
Al mismo tiempo, nos ha llevado a
replantearnos nuestra fe y nuestra practica de vivencia de ella en la comunidad,
donde hemos podido sentir la necesidad de la Eucaristía como el Pan que nos da
la Vida, la necesidad del encuentro con los hermanos que a diario o
semanalmente nos reunimos para saludarnos, celebrar la vida y la fraternidad,
compartir la alegría de la amistad, escuchar la Palabra de Dios que nos ilumina
siempre en nuestro caminar, compartir nuestra fe, nuestra esperanza…
Todo esto no son cosas banales ni
costumbres estúpidas y arcaicas como dicen algunos, sino que componen un pilar
muy importante de nuestra existencia.
Pero al mismo tiempo que hemos probado
y sentido en nuestra persona la necesidad, esto mismo nos ha llevado a
plantearnos la actitud de dejación y devaluación a la que estábamos llegando,
con la que a veces vivimos todo esto, sin pensar que más de las ¾ partes de la
humanidad no tienen estas posibilidades y hay muchísima gente que para poder
participar en una Eucaristía ha de caminar varios días y hasta se juega la
vida, pensemos lo que ocurre en la actualidad en Pakistán.
En cambio aquí, ha habido gente que me
ha reprochado acusándome de cometer una injusticia porque hemos roto la ilusión
que los niños tenían por la fiesta de su primera comunión y la pregunta que
surge inmediatamente es si será justo que engañemos a los niños y los
mantengamos en una burbuja, que en cuanto la vida se la explota se van a
encontrar con las manos vacías.
Tenemos que bajarnos de la nube en la
que nos habíamos instalado, soñando en una realidad “a-normal” y volver a la
sensatez, a entender que hay cosas que no son negociables:
-El amor, el respeto a todos
los niveles…
-El gozar con el trabajo bien
hecho y honrado como expresión de nuestra riqueza de persona;
-La solidaridad y el servicio
como expresión de nuestra grandeza y nobleza humana;
-El respeto a la vida en
todas sus formas;
-El sentido común como la
norma más elemental de subsistencia;
-La verdad como fundamento de
toda relación;
-La responsabilidad como
principio de toda libertad…
Y entender que el ser humano es una
Persona con carne, hueso y espíritu, que lo hacen diferente al resto de seres
de la creación; que la fuente de su dignidad y grandeza humana es el ser
semejante a Dios, porque nos ha hecho hijos suyos y, por tanto, hermanos de
todos los seres humanos y no enemigos, a quienes les debemos respeto y cariño.
Esta es la NORMALIDAD que Dios ha
querido para el ser humano.