Hacia Dios por los caminos de la Biblia, nº 10

P: Aquí está el que hace las preguntas. Llevo más de media hora esperando y temía que no vinierais.

Adán: Yo no podía faltar, pues sois vosotros los que me habéis personalizado. En realidad yo represento a todos los hombres.

R: Pues somos todo oídos y nos encantan tus confidencias.


Adán; Os decía que no me faltaba nada en el paraíso, pero –y es los más importante- me sentía solo. Cuando Dios hizo pasar delante de mí “a todos los ganados, a las aves del cielo a todos los animales del campo, para que les impusiera el nombre", (Gn.2,19-20) que era igual que decirme: tú eres el que manda; cuídalos bien. Les puse el nombre, pero “no encontré ninguno como yo, que me ayudase”. (Gn. 2,20). Aunque entendiera el lenguaje de los animales; aunque gozara cuando el león o el tigre o la pantera venían con frecuencia a tomar la sombra conmigo, aunque se acercaran dando saltos los corderillos, aunque los pájaros trataban de alegrarme con sus trinos; aunque la alondra, al elevar su vuelo, me señalara el camino hacia el cielo; aunque las estrellas, como faroles colgados del firmamento me hablaran con su parpadeo; aunque la luna llena rompiera las tinieblas de la noche y me guiñara pícaramente con sus ojos; aunque el sol alumbraba y calentaba cuanto Dios había creado, YO ME SENTÍA SOLO; no tenía con quién comunicar mis ideas, con quien compartir mis pensamientos, en quien reflejar mis sentimientos, con quien fraguar el proyecto de mi vida… ME FALTABA ALGUIEN.

R: Y representabas, amigo Adán, a todos los que, a lo largo de la historia se han encontrado solos, marginados, sin consuelo, sin que nadie note su presencia. Cuántos hijos del mismo Padre han sentido el dolor de la soledad, del abandono, del vivir sin compañía, aún estando sumergidos en medio de una muchedumbre.

Adán: es verdad, pero Dios no quiere la soledad, y así lo demostró conmigo: “no es bueno que el hombre esté solo”. (Gn.2,18).