Sabemos que el año litúrgico no coincide con el año cronológico o civil que tenemos determinado, ni con el año fiscal o económico, ni con el año lectivo ni con ninguno de los que tenemos establecidos para llevar un orden.
El año litúrgico es un esquema con el que la Iglesia Católica divide la historia de la humanidad en etapas con las que recuerda, celebra y actualiza la actitud que debemos ir teniendo en la vida, mientras llega el momento cumbre al que nos dirigimos: la venida final de Cristo, en la que se dará el triunfo del reino de Dios inaugurado en su primera venida.
La palabra ADVIENTO es un apócope de ad-venimiento que significa “venida”, “llegada” de “algo” o de “alguien” a quien se espera.
En la historia de la salvación se dice que Dios crea al hombre para que sea feliz, pero el hombre rompe ese proyecto establecido por Dios e introduce la muerte en el mundo. Dios seguirá conduciendo al hombre hasta que llegue a desear volver a su proyecto inicial y pasa toda una etapa de espera hasta que, en la cumbre de los tiempos, viene CRISTO y restablece el orden roto e invita al hombre a utilizar su libertad para insertarse en esta nueva posibilidad que Dios le ofrece, lo mismo que al principio, también utilizó su libertad para romper con el proyecto original preparado por Dios.
Este momento de la venida de CRISTO, momento en que Dios se encarna en la tierra y coge la naturaleza humana, con lo que la recupera y la transforma, podíamos decir que hace de nuevo al hombre. Este momento, la Iglesia lo llama Tiempo de Navidad mientras que el tiempo que precede de espera lo llama Tiempo de ADVIENTO.
El nuevo mundo, la nueva posibilidad, la nueva y definitiva realidad ya se ha dado… todo camina ahora hacia su meta definitiva que será la RESURRECCIÓN UNIVERSAL, en la que todas las cosas serán restablecidas en Cristo y se establecerá definitivamente el proyecto que Dios había pensado para la humanidad desde el principio.
El mundo sigue en la espera y con la expectativa de este segundo y definitivo advenimiento, pero el camino ya está abierto y lo que esperamos como final, ya está inaugurado con Cristo: Él es la manifestación suprema de lo que esperamos. Lógicamente, si nos dirigimos hacia la meta final, todo lo que vayamos haciendo será lo que al final recogeremos y con lo que nos encontraremos, pues todo está llamado a su triunfo o a su destrucción.
Esta verdad que confesamos, tenemos la experiencia de que es algo que para muchos no pasa de ser más que una especie de mito que sirve para sugestionar a la gente y cargarla de un simbolismo litúrgico.
En la época de Jesús, debido a la fuerte presión del poder, llegó el momento en que la gente no podía más y deseaba que una fuerza superior terminase con aquella situación y esperaban que algo ocurriera; la misma cosa había ocurrido ya otras veces, pensemos en la época del Éxodo de Egipto o de Babilonia…
Los dos últimos capítulos del evangelio de S. Mateo forman lo que llamamos el discurso escatológico de Jesús, en donde el evangelista pone en boca de Jesús lo que constituye la esperanza del momento: todos sueñan y esperan que acabe la situación y que rindan cuentas los causantes de ella y, no es nada improbable que Jesús la sintiera de la misma manera y lo expresara.
El tema nuestro de hoy es: ¿aceptamos al pie de la letra como válida esta descripción que se hace en el Evangelio y todas las otras imágenes que Jesús va poniendo?
El hecho es que en el mundo hay muchos millones de personas que leen y creen al pie de la letra todo lo que se dice: es cuestión de echar una ojeada por todas las religiones y sectas… El tema es seguido con un interés enorme, pues da juego para mucho y hay mucha gente que espera en el castigo para los otros, mientras se siente asegurado el triunfo para sí y para los suyos.
Para muchos es un tema del que hay que prescindir, pues no le dan la más mínima importancia. Pero aunque piensen así unos pocos, no es algo que se pueda despachar así, tan simplemente. Y no es fácil porque en el mundo cada vez hay más tristeza, más sensación de decepción, más infelicidad, más explotación, más atropello de la dignidad de la persona, más violencia contra el ser humano, más soledad… mientras el deseo y la necesidad de ser feliz va creciendo cada vez más. Esto da lugar a un gran desequilibrio y a una búsqueda angustiosa, que no deja tranquilo al ser humano y le hace atreverse a las cosas más disparatadas. ¡Y esto no es una tontería!
Por eso, aunque pasemos de historia y de mitos que se han venido dando en todas las religiones, no podemos pasar de la realidad vital que estamos viviendo, que nos angustia, que nos decepciona, que nos quita la alegría de vivir y que nos hace sentir el deseo irrefrenable de algo nuevo que nos devuelva la esperanza, la alegría y los deseos de vivir y de trabajar.
Hoy estamos viendo, con una fuerza enorme, las consecuencias violentas y catastróficas de todos los movimientos religiosos milenaristas y de sectores políticos que tienen el mismo corte cerrado y fundamentalista, que se expresan en terrorismo y en actitudes de odio cada vez más cerradas.
Esto no podemos decir que sea un asunto particular y privado, sino que es algo que distorsiona la realidad y la condiciona, hasta el punto de hacerse insoportable, con lo que podemos decir que se convierte en un verdadero problema moral y ético para la humanidad que le puede acarrear consecuencias nefastas.
¿Estamos, entonces, al final del mundo? No se trata de un final físico que acabe en una especie de tsunami que barra con todo, pero sí estamos viviendo un cambio radical de un sistema que nos está dejando sin referentes y sin perspectivas de futuro: el camino que hemos cogido no tiene salida hacia la felicidad que el hombre aspira y necesita para vivir.
Es algo que se ha venido dando desde mediados del siglo pasado: se han venido despreciando ciertas posturas, se han echado abajo, por considerarlas obsoletas, superadas; la ciencia y la razón han venido a dar respuesta a muchas cosas que solo encontraban explicación en la religión, con lo que la misma religión ha venido perdiendo terreno y con ella la moral, la ética y la misma espiritualidad del hombre.
El pragmatismo se ha venido imponiendo sobre la fe; la cultura se ha venido restringiendo y reduciéndose cada vez más a lo práctico y material, llegándose a pensar que no tiene sentido nada que pertenezca al orden espiritual y transcendente, pues no tiene incidencia en el orden práctico; la expresión que nos escenifica lo que decimos la encontramos cuando decimos de hacer algo, la pregunta inmediata que surge es: "¿y eso para qué sirve?". Es decir: ¿qué beneficio económico me va a reportar? El dinero se ha convertido en el único canon de valoración. De ahí que no se haya valorado el trabajo de la mujer en casa y se decía que la mujer ama de casa no trabaja, y se ha creído que se la ha liberado sacándola al trabajo remunerado económicamente…
Se han ido derribando todos los grandes valores que servían de referentes para la humanidad: el valor de la honradez, de la dignidad de la persona que se expresa con su palabra; el valor del respeto a la autoridad, al orden establecido, al disfrute con el trabajo realizado; el valor de la amistad, de la lealtad, de la fidelidad y, por último, el valor de la familia… Es decir: se ha venido horadando los cimientos del edificio social; ya solo faltaba una cosa para que se diera el derrumbe total, y solo ha hecho falta un pequeño empujoncito: quitarle el valor económico al trabajo, que era lo que sostenía un poco el armazón y se ha venido abajo estrepitosamente todo el edificio.
¿Estamos a las puertas del fin del mundo? El tsunami moral ya se ha dado, los escombros los estamos viendo con miles de formas y colores, los grandes carroñeros que se están aprovechando, también los estamos viendo: son gente que han perdido la vergüenza y la dignidad y han venido horadando la sociedad hasta derribarla; ahora van surgiendo de la nada y aparecen como las nuevas grandes fortunas que salieron como los hongos, como siempre ocurre, después de una gran catástrofe social.
Mientras tanto, el componente social y humano que se va mezclando en todo este ambiente, se va corrompiendo y empieza a oler de forma insoportable, pues el olor de la podredumbre moral es la violencia, la inseguridad ciudadana, la desconfianza en los dirigentes y en las instituciones sociales, el engaño, la mentira y la agresión física que lleva a la muerte. Es un verdadero tsunami que barre con todo el armazón social, económico, político, religioso… y deja al ser humano en la más caótica desprotección.
Es probable que haya mucha gente, y de hecho la hay, que esté esperando un gran milagro por parte de Dios. Hay otra mucha que no se explica cómo no se ha producido un nuevo conflicto social; otros se lamentan de que no hayamos aprendido del pasado y volvemos a repetir los mismos errores… pero lo que sí es cierto que, todos esperamos UN NUEVO ORDEN, un nuevo ADVIENTO, aunque no sepamos cómo va a surgir el cambio.
De todas formas, lo que sería un absurdo es que nos quedemos esperando que de fuera vengan a darnos las cosas hechas. Eso no va a ocurrir; de fuera ya nos vino lo que necesitábamos: la restauración de nuestra naturaleza que nos certifica que el ser humano tiene la capacidad que le imprimió Dios y que tiene en sus manos la transformación del mundo.
Se han dado pasos impresionantes que, utilizados en beneficio de la humanidad y no en el atropello de ella - como se está haciendo- facilitarían enormemente la creación de un mundo en paz, en justicia, en fraternidad, en igualdad, en armonía… Sería facilísimo hacer de este mundo un verdadero paraíso; existen los medios, hay todas las posibilidades… es cuestión de poner al servicio de la paz y la justicia todos los medios que existen, en lugar de ponerlos al servicio del poder, de la codicia, del egoísmo…
Sería cuestión de que la POLITICA se convirtiera en el arte de SERVIR a la PAZ, a la JUSTICIA y a la VERDAD; la RELIGIÓN se convirtiera en la práctica del AMOR y la FRATERNIDAD; y la ECONOMÍA fuera el instrumento que sirviera para hacer realidad todo esto; y la EDUCACIÓN ayudara a sacar todos los grandes valores que la persona tiene y enseñara a ponerlos al servicio de los demás.
Ya sé que lo que estoy diciendo es soñar, pero está por demostrar que ese sueño no es posible y, sobre todo, que hace daño al ser humano y al planeta donde vivimos. Y, por otro lado, está por demostrar que lo contrario es mejor para el ser humano que esta propuesta, que no es sino la del reino que planteó Jesús.
Sé también que suena a utopía el pensar esto a nivel planetario, pero no es ningún disparate probar a hacerlo a niveles pequeños, como puede ser en una asociación de vecinos, en un club de amigos, en una comunidad religiosa, en una parroquia… y, lo más sencillo: EN UNA FAMILIA.
De no plantearnos este proyecto de esperanza, ¿qué otra cosa podemos esperar que llegue?, ¿qué cambio esperamos que se realice?, ¿quién esperamos que cambie todo esto?, ¿qué esperamos que nazca?, ¿qué nueva realidad sentimos necesaria su presencia?, ¿a quién esperamos que venga a establecerla?
Lo que queramos y deseemos será aquello que nos dispongamos a ir realizando; nada existirá si es que yo mismo no lo realizo, nada cambiará si es que yo no lo cambio en mi corazón, en mi mente y en mi realidad…
Si yo no construyo lo que deseo, otros construirán lo que les interesa y nuestro ADVIENTO se convertirá en un bombardeo de anuncios y de publicidad que me inducirán a comprar, a consumir y a evadirme de la gran alegría que supuso la nueva oportunidad que Dios nos dio para ser felices. Y volveremos a llenar nuestras vidas de ruido, de cosas, de cumplidos, de regalos que, al final, nos abocan a la soledad.
Es posible que cualquiera pueda decirme que, como soñar no cuesta dinero y, ya que me pongo a hacerlo, no me ahorro en dar rienda suelta a la imaginación…
Es posible, pero no veo menos sueño el que tiene el profeta Isaías:
“De Sión saldrá la ley, de Jerusalén la palabra del Señor.
Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos.
De las espadas forjarán arados,
de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo,
no se adiestrarán para la guerra”.