El dulce Nombre de Jesús

-Meditación-

Mi Señor, hoy se celebra Tu día, el día del Dulce nombre de Jesús.

Dulce como la miel, decía San Francisco de Asís. En Tu lengua materna, aún más dulce: Yeshúa.

Me imagino a nuestra Madre llamándote por las calles de Nazaret: ¡Yeshúa, Yeshúa! Y Tú, corriendo por las calles empedradas o polvorientas, diciendo: Ya voy, Madre…o mamá.

Nuestra Madre se llenaría de gozo al verte aparecer. Pero, al mismo tiempo, tendría presente la profecía de Simeón y sentiría encogerse Su Bendita Alma pensando en la espada que un día le atravesaría su también Dulce Corazón.

Y, a pesar de ello, no perdería su alegría, porque estabas con ella.

En su interior, sentiría que algo muy grande sucedería y que cambiaría al Mundo. No creo que supiera exactamente “qué”, pero estoy segura de que la fuerza de Tu Espíritu Santo la cubriría permanentemente, dándole la sabiduría que Ella necesitaba para ir procesando toda esa iluminación que había en su interior durante treinta y tres años.

Nuestra Madre iría colocando las piezas del puzle poco a poco, asociando a su proceso del “fíat” todo acontecimiento, por pequeño que fuera, y que en torno a Ti sucediera.

Y así, fue la primera corredentora junto a Ti, Yeshúa. Su corazón se fundió más y más con el Tuyo, viviendo con la misma intensidad que Tú, y con la ternura de una madre, de la Madre de toda la humanidad, toda nuestra salvación.

Y como Tú te entregaste, ella también se entregó. En silencio y de puntillas. Siempre en un segundo plano, supo mantener su “fíat”.

Jamás rechazó la Cruz, sino que la abrazó con la valentía que solo la Madre de Dios Hijo, la Hija de Dios Padre y la Esposa del Dios Espíritu Santo podía ser capaz de mostrar al mundo.

Esta maternidad Trinitaria transformó y redimió al mundo, y en él, a cada uno de nosotros y a mí.

Es así que pronunciar Tu nombre, Yeshúa, el Nombre sobre todo nombre, y hacerlo maternalmente mío, llamándote, buscándote, compartiendo mi vida Contigo, acompañándote, en el Calvario y abrazándome a la Cruz, en silencio, en un segundo plano, de puntillas…, pero con la valentía de ser hija de la Trinidad, me hace a mí, también, corredentora de la humanidad.

¡Bendito seas, Yeshúa!
Mi Señor, 
que no olvide ninguna mujer 
que su sed maternal, 
se encuentre en el estado que sea: 
casada, soltera, viuda, religiosa…,
es lo más grande que Dios le ha regalado. 

El olvido de esta grandeza
provoca grandes males en el mundo. 
Su desarrollo la hace corredentora, 
pues la cristifica y enaltece.


Mª. Carmen Illana