Lectura del santo evangelio según S. Lucas. 23,35-43
En aquel tiempo, las autoridades y el pueblo hacían muecas a Jesús diciendo: A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de dios, el Elegido.
Se burlaban de Él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS”. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro le increpaba: ¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio éste no ha faltado en nada.
Y decía: Jesús, acuérdate de mi cuando llegues a tu reino. Jesús le respondió: Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.
Palabra del Señor
DIÁLOGO
N: Hoy, mi Señor Jesús, terminamos el año litúrgico, celebrándote como nuestro Rey y Señor de todo el universo. Siempre que leo los textos del Evangelio referentes a tu condición de Rey, me aturden y me sorprenden.
*Jesús: Por esta razón tuve cuidado y me negué a hablar de este aspecto de mi realeza. Ya vinieron los magos buscando al “rey de los judíos” y no me encontraron en los palacios, sino en Belén, la “tierra del Pan” y en el seno de una familia pobre.
N: ¿Y por qué no hablabas de tu realeza?
*Jesús: Pues muy sencillo: porque tenía miedo de que me entendieran mal, ya que el Mesías que esperaban sería como un rey poderoso, como los reyes de este mundo, como David o Salomón, por ejemplo. Nadie esperaba un rey sin poder, sin ejército, sin grandes posesiones…Por eso cuando quisieron hacerme rey, después de la multiplicación de los panes y los peces, huí al monte, y por la misma razón dije a Pedro a Santiago y Juan, que me vieron transfigurado en el monte Tabor, que no dijeran nada a nadie.
N: Sin embargo, mi querido Señor, te acusaron ante Pilato de que amotinabas al pueblo y querías hacerte rey.
*Jesús: Es verdad. Me hicieron pasar la noche más dolorosa de mi vida. Los soldados se burlaron despiadadamente de mí; me taparon los ojos y me abofeteaban, preguntándome después quién me había pegado; me vistieron de rey con un manto de púrpura viejo, pusieron en mi mano como cetro una caña rota y me colocaron en la cabeza una corona de espinas, bien hincadas para que no se me cayera.
N: Esto es lo que me llena de dolor y de extrañeza. Siempre quedo sorprendido al considerar estas escenas.
Y te llevaron ante Pilato, y te preguntó: ¿tú eres rey?. Y fue entonces cuando afirmaste: “Tú lo has dicho. Yo soy Rey, pero mi reino no es de este mundo.
*Jesús: Así fue, pero lógicamente nadie me creyó. Me despojaron, me crucificaron, haciendo de la cruz mi trono, me clavaron las manos y los pies y burlándose de mí las autoridades y el pueblo, los soldados y uno de los malhechores me decían: si eres el Mesías, baja de la cruz y creeremos en ti.
N: No sigas, mi Rey. Hoy he leído el evangelio teniendo en mi mano un crucifijo; y mirándote desde el corazón, me he preguntado: ¿Y por qué tuvo que ser así? Y solo he encontrado una razón: el AMOR. Y he pensado que tampoco nosotros te entendemos cuando utilizamos el dinero de los pobres para poner en tus imágenes coronas de oro con piedras preciosas; colocar en tu mano un cetro con algún que otro diamante, y vestirte con mantos de terciopelo ricamente bordados.
Y varias veces me has repetido: SOY REY, PERO MI REINO NO ES DE ES-TE MUDO
A veces nos justificamos diciendo que a Dios hay que darle lo mejor, pero para Dios lo mejor es nuestro corazón puesto al servicio de los más necesita-dos. También para nosotros SERVIR ES REINAR.