Hacia Dios por los caminos de la Biblia, nº 52


Un Dios exigente 

Christian: (Cristiano o seguidor de Cristo). Amigo Abraham: decíamos el otro día que Dios es muy exigente cuando llama. Es preciso dejar parte de lo que constituye nuestra vida y poner plenamente la confianza en el Dios que se cruza en nuestro camino.

Abraham: Es verdad. Fíjate en lo que Dios me dijo: «Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré». 

Christian: Es decir: que tienes que dejar tu tierra, tu patria y la casa de tu padre. ¿Me quieres decir qué supone para ti esta triple renuncia? 


Abraham: Pues mira: “dejar mi tierra” supone abandonar el marco donde se fue desarrollando mi ya larga vida; dejar mis posesiones, mis propiedades, las cosas grandes o pequeñas a las que estaba acostumbrado; el horizonte; con sus claros amaneceres¸ las diarias salidas y puestas del sol… los paisajes que tanto me deleitaban y me llevaban a la contemplación…¡Tantas cosas…! 

Christian: Todo esto te costaría, pues yo me pongo en tu lugar y lo pensaría mucho. Soy demasiado calculador y demasiado pegado al terruño. 

Abraham: Dios da fuerza. Es cuestión de fiarse de Él. Pero sigamos. También Dios me dijo: «Vete de tu patria». 

Christian: ¿Y qué es “la patria”? 

Abraham: La patria, en el lenguaje bíblico, significa el lugar de nacimiento, el pueblo de los antepasados, donde uno guarda los recuerdos de la niñez, donde las calles hablan de los juegos de la infancia, del despertar de la adolescencia, del mundo del trabajo. La patria es como el depósito de las costumbres, de los usos y de los dichos, de la religión y de los valores sociales, de fiestas religiosas y profanas, de todo aquello que encierra la palabra “cultura”. 

Christian: Estoy seguro que esta renuncia te costó más que la anterior. Es la misma que tienen los emigrantes o los desterrados de su patria. Las raíces te llaman, te gritan cuando estás lejos. 

Abraham: Así es, amigo Christian. Finalmente la última renuncia es más dolorosa que las anteriores pues se trata de dejar “la casa de tus padres”, es decir, la familia, tus parientes, los amigos, los vecinos, todo el entramado de relaciones sociales, los más nobles sentimientos, todo eso que se lleva en el corazón y que se ha fraguado en un clima de amor desinteresado. El amor es el alma de la vida. 

Christian: Mi querido amigo Abraham, te admiro y me explico que, tanto los musulmanes, como los israelitas y nosotros, los cristianos, te llamemos nuestro Padre en la fe. Seguiremos el día próximo.