En el encinar de Mambré. Gn. 18, 1-15. (a)
Christian: (Cristiano o seguidor de Cristo): He leído lo de la visita que recibiste junto al encinar de Mambré. El sol se caía a pedazos, por lo que tú estabas sentado a la sombra ante la puerta de tu tienda.
Abraham: Así pasaba buenos ratos, cuando se aproximaba la hora de la comida e igualmente después de comer. Tenía dos árboles muy frondosos y, como había muchas encinas, de vez en cuando me regalaban una brisa, que me acariciaba y refrescaba mi sudoroso rostro
Christian: Y recibiste nada menos que la visita del Señor. Sí, eran tres hombres, pero, en realidad, la fe te llevó a intuir que aquellos tres visitantes eran el mismo Dios.
Abraham: Es cierto, amigo Cristian. Nada más verlos el corazón me dio como un salto, me puse en pie, corrí a su encuentro, me postré en tierra y llevado por una fuerza interior, dije: “Mi Señor, por favor; si he hallado gracia a tus ojos, no pases sin detenerte con tu siervo”.
Christian: y se detuvo (se detuvieron) y tú diste ejemplo de tu capacidad de acogida: les ofreciste agua, y les pusiste de comer, y fuiste de prisa en busca de Sara para que hiciera el pan, y mandaste matar un becerro tierno y cebado y, sentados a la sombra del árbol, comieron, mientras tú permanecías de pie junto a ellos. Todo un ejemplo de hospitalidad.
Abraham: Hice lo que tenía que hacer. La hospitalidad es algo que pertenece a la misma esencia de mi familia. En nuestros largos viajes, muchas veces hemos sido recibidos y tratados como yo he atendido a estos tres desconocidos, a quienes yo tomé por mi Señor.
Christian: Hace tiempo que leí en un libro que todos somos huéspedes de Dios. Él nos ha acogido en este gran palacio del mundo: ha puesto a nuestra disposición la tierra, regada y fertilizada por inquietos y serpenteantes arroyos, que alimentan los caudalosos ríos; nos ha dado los árboles frutales, los animales, las hortalizas, el aire que respiramos, el sol, la luna y las estrellas…Tantas cosas… Pero, amigo Abraham, seguiremos el próximo día.