Melitón Bruque García
Con frecuencia nos tomamos la vida con una ligereza impresionante y creemos que los cuatro días locos que estaremos en este mundo, se trata de vivirlos gozando sin límites y con los menos problemas posibles y nos pasamos todo el tiempo huyendo como fugitivos de todo aquello que nos pueda suponer un compromiso, un esfuerzo, una privación... y no digamos ya cuando se trata de un dolor, eso... ¡¡ni nombrarlo!!
Pero eso es una estupidez tan grande como una catedral, y un engaño intolerable que lo único que hará es abocarnos a una situación desastrosa.
La vida no es, ni mucho menos, como nos la presentan en las telenovelas y en los anuncios de la TV. Los momentos “rosa” son escasísimos y, lo mismo que ocurre con el trigo en la era, (esto no lo han visto la inmensa mayoría de los jóvenes actuales) hay un montón de paja y dentro de tanta paja también hay un montoncito de trigo. La vida es algo parecido: hay un gran montón de dolor, de malos ratos, de situaciones adversas, de trabajo, de responsabilidades, de enfermedad, de traiciones, de decepciones... y en la medida que somos capaces de hacer frente a todo eso y salir victoriosos de esa “pelea” con el dolor, es donde encontramos el trigo de la satisfacción y la alegría, que no es equivalente al placer ni al goce, que hoy se pregona, sino que es algo mucho más profundo; es por eso que podemos estar inmersos en todos los placeres pero vivir al mismo tiempo en la soledad y en la tristeza más espantosas, pues el placer no da la felicidad.
El gran problema que tenemos en la actualidad es el haber confundido PLACER con FELICIDAD. Educamos para el placer y huimos del dolor y de la dificultad; se prepara a los jóvenes siempre para el Sí y jamás para el NO, preparamos para el triunfo pero no para el fracaso y eso es un gran engaño, porque antes que el “Sí” tenemos como punto de partida el “no”: siempre decimos: “el NO ya lo tenemos, lo que nos encontremos, de eso tenemos que alegrarnos”.
En este sentido se dividen hoy las escuelas de sicología: los que apuestan por dar gusto a la gente, para que no se sienta defraudada y se le responde siempre con aquello que desean que se les diga y los que sostienen que la persona es tanto más madura y capaz de conseguir la felicidad cuanto más capacidad tiene de encajar la frustración. Esa capacidad de frustración se consigue a base de “golpes”. Para que nos podamos hacer una idea podemos utilizar la imagen de un buen boxeador: en el ring no solo da golpes, tiene que estar preparado para recibir y cuanto más capacidad tiene de encajar esos golpes, más posibilidad tiene de vencer al otro. Si es que, por el contrario, solo se prepara para dar, al primero que le den a él se vendrá abajo y quedará destruido.
La vida es una especie de “ring” en el que damos golpes y recibimos y aquel que crea que sale a lo alto solamente a repartir bofetadas dejando a todo el mundo “KO” es un pobre iluso que a la primera de cambio estará fuera de combate, pues no aguantará una.
Parece que esto se nos ha olvidado y nos hemos adherido a esta vertiente de escuelas de sicólogos que no aceptan la frustración, el dolor, el compromiso, el esfuerzo, la responsabilidad... Que “El ser humano nació para triunfar y gozar”; eso es una estupidez, una mentira y un engaño, porque: ¿Cómo voy a llamar triunfo a algo que no he peleado? ¿Cómo voy a llamar gozo a algo que no he conquistado? ¿Cómo voy a disfrutar de algo que no sé lo que cuesta?
Desgraciadamente esta vertiente sicológica se metió y conquistó su puesto como respuesta a una sociedad hedonista y en esta ola se dejaron balancear toda una generación de “nuevos padres y maestros” y las consecuencias las estamos ya padeciendo y vemos que cada vez se está ahogando más gente en esta ola que arrasa y revuelca.
Todos tenemos la imagen de nuestros padres y nuestros abuelos que estaban en el otro lado enmarcados en un autoritarismo absoluto y como eso nos llenó de miedo y, yo diría que hasta terror, con una “religiosidad” que también acompañaba esta forma de ver la vida: se nos imponía un Dios justiciero que está esperando que metamos la pata para lanzarnos el castigo de la misma forma que hacían nuestros padres.
La expresión de todos es idéntica: “No quiero que mi hijo sufra lo que yo sufrí y si para ello tengo que quitarme la vida, la entrego con mucho gusto” Y con esa excusa nos dejamos llevar en la ola y nos dejamos en brazos del permisivismo: todo es válido, todo es bueno, hay que ser tolerantes, hay que disfrutar de la vida, hay que respetar las ideas del otro, no podemos imponer a nadie nada, cada uno ha de ver lo que le gusta y con lo que se siente bien... y ¡¡Allá que vamos!! Esta misma actitud la generalizamos a todos los campos: a la educación, a la religión, al trabajo, a las relaciones con la sociedad...
Para muestra puede valer este botón: me encuentro la madre de una chica con 22 años, me cuenta todo lo que ha hecho por ella y cómo no ha permitido que le falte el más mínimo detalle. La joven no ha podido sacar la secundaria, la expulsaron del colegio, viene exigiendo su paga cada semana y protesta porque no se la suben y no está dispuesta ni a barrer su habitación o hacer su cama.
Su madre ha tenido problemas en su matrimonio y decidió cortar, ahora está sin trabajo, la hija se le rebela y le falta al respeto llegando, incluso, a pegarle porque no puede tener lo que ella cree que tiene derecho; su madre vive “con el alma en un hilo”.
Ahora me cuenta que se salió de la casa y ha estado una semana fuera, cuando ha vuelto le dice que ha estado con unos amigos y que ha tenido que vender droga y ha hecho de todo, entre otras cosas prostituirse para poder tener el dinero que necesitaba.
Esta pobre mujer, desesperada, ya no sabe qué camino tomar, pues además vive angustiada y aterrorizada. Me pregunta si valdrá denunciar a la hija para que se haga cargo la Junta.
Comentando el caso con otro amigo concluíamos que hemos perdido el rumbo y el norte; en el vaivén de la ola y en los revolcones que nos está dando, hemos perdido ya hasta la brújula y el único referente que nos queda es la TV. Pero desgraciadamente ésta es la que anima el temporal.
Me decía este amigo: “con el tema de la educación nos está pasando como con la comida: antes no comíamos porque no teníamos y ahora tampoco podemos hacerlo porque tenemos colesterol, acido úrico... De la misma manera, antes vivíamos bajo el terror de nuestros padres y ahora vivimos bajo el terror de nuestros hijos… ¡Caramba! ¿Cuándo nos va a tocar a nosotros?”.
En definitiva, quisimos desterrar los abusos que se hicieron con nosotros en el pasado y hemos caído de cabeza en el otro extremo: frente a la dureza y fortaleza del pasado, hemos impuesto la blandura y la inseguridad del presente. Pero observamos que, mientras en aquel sistema, casi militar, en el que se nos educaba, daba como resultado gente sensata, sana, disciplinada, responsable, noble, pacífica, trabajadora... (Si no está de acuerdo con lo que digo es porque probablemente usted no es así, pues la gran mayoría de la gente que conozco es con estas características y desean que sus hijos no sufran, pero que sean como ellos) También salió gente hecha polvo, frustrada y reprimida, que odiaba el mundo y a sus semejantes y que solo pensaban en hacer la vida imposible a todo el mundo, como se la habían hecho a ellos.
Quisimos que esto no volviera a repetirse pero estamos viendo que los niños (y jóvenes) que aparecen ahora son “violentos”, “hiperactivos”, beligerantes, poderosos, incontrolables, frustrados y reprimidos que odian al mundo y a sus semejantes y que solo pensaban en hacer la vida imposible a todo el mundo, exactamente igual que algunos de los anteriores, pero con una diferencia: a éstos no se les trató de aquella manera... ¿Qué ha pasado?
¡Algo ha salido mal! y aquellos padres que no quisimos ser, en el intento de ser lo que nos hubiera gustado tener, nos fuimos al otro extremo y hemos dejado que sean los hijos los que levantan la voz a los padres, que para más “inri” tenemos una ley que los apoya y solo les habla de los derechos que tienen, pero no les obliga a reconocer los deberes, con lo que fuimos la generación que se educó a base de golpes y deberes y nos encontramos ahora que hemos perdido todos los derechos y solo tenemos obligaciones por haberlos traído.
En un tiempo, cuando éramos niños y no teníamos conciencia de las cosas, era nuestra madre o nuestro padre y hasta nuestros maestros quienes nos obligaban a cumplir con nuestras obligaciones de cristianos, pues sentían que lo que sus padres les habían dejado no era malo y sí les daba un respeto a la gente y a todo lo sagrado; Cuando estuvo en nuestras manos quisimos quitar el termino “obligación” de cara a Dios y pensamos que debía ser algo completamente libre, como si el bien tuviera que dejarse al beneplácito de los sentidos y con nuestro sentido de la libertad y del respeto estamos viendo que no hemos sacando jóvenes ni más libres ni más respetuosos con los temas del espíritu y de Dios, sino todo lo contrario y hasta hemos conseguido que nos tachen de fachas por darle importancia a la dimensión espiritual.
Pero eso fue lo que hicimos: quisimos reemplazar el autoritarismo por el permisivismo y esta es la conclusión: hemos cambiado los términos de las relaciones entre padres e hijos y de toda la familia: antes se consideraba un “buen padre” aquel que era capaz de educar a sus hijos en la obediencia, en el respeto a Dios, a la autoridad y a las personas mayores, porque la experiencia se consideraba un principio de autoridad moral natural y, por eso, un niño o un joven miraba con respeto a las personas mayores, a las instituciones, a las autoridades y, sobre todas las cosas a Dios y guardaba los modales debidos... y el hijo que actuaba así era reconocido por toda la sociedad como una excelente persona y un honor para su padre y para su madre.
Pero consideramos que eso era distante y opresivo y quisimos derribar barreas y hacernos “amigos” de nuestros hijos y pensamos que había que dejar libertad a la bondad del corazón y nos equivocamos, pues dejamos de realizar el rol de padre y creímos que había que enseñarles a tratarnos como iguales (pero eso es una mentira, porque un padre no puede dejar de ser padre, no es igual a su hijo), dando como resultado que el “buen padre” es aquel que se pone a la misma altura y... ya no puede exigir que lo respeten, se ha de conformar con que lo quieran, por lo menos por el papel de apoyo que significa.
Ahora son los hijos los que exigen el respeto del padre y esperan que éste entienda que ellos tienen derecho a que se les reconozcan sus derechos a: pensar como quieran, a hacer lo que quieran y les guste, a vivir independientes, pero pagando sus padres y si no, que no los hubieran traído, ellos no lo pidieron.
Al final está resultando de nuestro invento que antes vivimos un régimen de miedo tremendo a nuestros padres, a nuestros maestros, a las autoridades y a todo “quisqui”, pero lo que nos hemos inventado es lo mismo, pero al contrario, y ahora nos hemos sometido al yugo de unos hijos que hacen lo que les da la gana con los padres y éstos no pueden decirles nada, porque los tienen sometidos a base de amenazas; el padre lucha con todas sus fuerzas y no sabe qué hacer para ganarse el beneplácito de su hijo, con el fin de que lo considere, por lo menos, como un “viejo guay” entre sus compañeros.
Siempre se ha dicho que los extremos se tocan y es verdad: el autoritarismo dejó una huellas tristes de miedo y de temor hacia los padres en mucha gente, pero el otro extremo: la debilidad, el permisivismo, ahoga todos los ideales y produce miedo a los jóvenes que se encuentran a la deriva y se sienten incapaces de afrontar la vida, por lo que terminan despreciando a sus padres que no fueron capaces de orientarlos en el momento que debían, pues los encontraron perdidos en medio de la tormenta, lo mismo que estaban ellos.
Y bien, después de hacer todo este diagnóstico de la realidad educacional que vivimos, sería incorrecto no plantear alguna alternativa que pronostique la curación, que aporte un aliento de esperanza, pues la verdad es que el futuro se ve tremendamente oscuro.
Efectivamente, para los que hicimos el desaguisado (metámonos todos y sálvese quien pueda) ya no hay remedio, a lo hecho pecho, ya no hay retroceso; pero los que vienen detrás sí que lo pueden hacer, sí que sería necesario que se den cuenta que esto es un descalabro que no lleva a ningún sitio y sin volver a la rigidez de antes, darse cuenta que vale quedarse en el punto medio:
-Que entiendan que los hijos deben percibir que su padre los quiere y que, por eso no los puede dejar a la deriva, haciendo lo que a ellos les place y, no es un trauma decirle a un niño NO, cuando no se le debe decir SÍ, aunque el niño llore, (hay por ahí una expresión en el lenguaje popular que da la solución inmediata)
-Que entiendan que lo que un hijo necesita en casa es un padre y no un amigo, esos ya los encontrará en la calle (los amigos –positivos- tienen un papel determinado en la vida del niño y los padres otro, ambos son necesarios para su desarrollo) eludir el papel de padres y suplantarlo por el de amigo, es dejar a los hijos huérfanos.
-Que el niño perciba que no está solo, que sus padres están a su lado y que no lo van a dejar que se equivoque, que puede seguirlos con toda tranquilidad porque ellos no le van a llevar al fracaso, pero lo que no podemos hacer es dejarlos solos, que hagan lo que se les ocurra o lo que más les guste.(Creo que mas que dejar que no se equivoquen, ya que de los errores se aprende, los hijos tienen que saber que los padres están siempre a su lado para orientarlos y que lo hacen siempre desde el amor. Que los hijos necesitan un modelo de referencia, que deben ser los padres y, si no lo tienen, andarán perdidos)
- Que entiendan que un niño no tiene capacidad de decidir (pero sí que podemos ir desarrollándola, podemos enseñarle y no lo hará dejándole hacer lo que más le guste y le plazca), por tanto, un padre no puede dejarlo que decida lo que más le guste, porque sabemos perfectamente lo que va a hacer. En ese caso tendríamos que haberles pedido permiso para traerlos a la existencia (y con frecuencia lo dicen ellos)
-Que entiendan que no todo vale, porque no todo es bueno y porque no todo lo que se puede hacer, se debe y no hay que confundir el cariño con la debilidad: lo cortés no quita lo valiente y cuando hay que decir NO, porque supone un daño y una confusión para el niño, hay que decírselo y el niño debe entender que en la vida hay muchas cosas no se hacen porque no se deben hacer, aunque se puedan; eso no es autoritarismo, sino seguridad en el camino y en la guía de un niño.
- Que entiendan que a un niño hay que marcarle los raíles por donde debe caminar y enseñarle a que tenga una capacidad crítica enseñándole a discernir lo que es bueno y lo que es malo y apoyándole para que tome decisiones correctas en su vida sabiendo el por qué, el para qué, el con qué de las cosas.
Pienso que con estas actitudes, se evitará el que estos niños lleguen un día a adultos y se encuentren incapacitados para decidirse, en cambio, podrán, como lo hacemos nosotros, sentirse orgullosos de haber sido ellos protagonistas de sus vidas, de haber caminado, aprendiendo a tomar decisiones de las que no se arrepentirán jamás.