Un controvertido argumento para demostrar la existencia de Dios, por Antonio L. Molina Contreras



UN CONTROVERTIDO ARGUMENTO
PARA DEMOSTRAR LA EXISTENCIA DE DIOS
                                                                              
Antonio L. Molina Contreras

A lo largo de la historia del pensamiento muchos han sido los esfuerzos de filósofos y teólogos para formular argumentos que, basados en la sola razón humana, demostraran la existencia de Dios, Ser Supremo, origen y explicación del Universo. Creer en Dios, a quien no vemos, no sería sólo cuestión de fe, sino que su existencia podría demostrarse con el esfuerzo de la razón humana. Entre los argumentos más conocidos destacan las célebres Cinco Vías de Santo Tomás, argumentos cosmológicos, teleológicos, basados en la conciencia o moralidad…, y otros muchos.
Todos estos argumentos tienen en común que parten del conocimiento de la realidad, de la observación del mundo objetivo, para llegar a la conclusión de que Dios existe.
El argumento al que me voy a referir tiene de original que pretende llegar a esa misma conclusión, no partiendo del conocimiento del mundo, sino del sólo análisis de la idea de Dios, del concepto de Ser Infinito. Basta analizar lo que significa, lo que encierra en sí el concepto de Dios, para concluir en su existencia.
Este argumento, conocido como argumento ontológico precisamente porque pretende deducir la existencia real a partir del pensamiento, de la idea, ha sido formulado en distintas épocas y por autores diversos. Quizás la formulación más asequible la encontramos en René Descartes, filósofo francés del s. XVII, padre del Racionalismo.
Para entender el sentido del argumento habría que tener en cuenta que hasta Descartes se había mantenido como base del conocimiento que las ideas, las teorías, eran ciertas, eran verdaderas, si se adecuaban a la realidad. El criterio de verdad era la adecuación con la realidad. Una idea, una teoría, en principio, no es ni verdadera ni falsa; ello dependerá de su confrontación con la realidad. Si la idea se adecua a la realidad, es verdadera; en caso contrario, es falsa. La verdad no es una propiedad de las ideas, sino algo que les acaece, que les sobreviene cuando se adecuan a la realidad. Así la realidad se constituye en árbitro de la verdad del pensamiento.
Con el Racionalismo de Descartes cambia este planteamiento. La realidad no puede constituirse  árbitro de la verdad y certeza del conocimiento porque no estamos seguros de que podamos conocer la realidad tal y como es: nuestros sentidos nos engañan con frecuencia, nuestra razón se equivoca en aspectos importantes cuando pretende explicar el mundo y los acontecimientos, quizás estemos engañados siempre, quizás lo que creemos real no sea más que un sueño del que algún día logremos despertar (el tema de la vida es sueño se populariza en esta época, incluso en el teatro.
Si la realidad es problemática, entonces la verdad de las ideas no puede depender de ella. Por eso Descartes propone un nuevo “criterio de verdad y certeza”, distinto del de la adecuación con la realidad: la evidencia será el nuevo criterio. Toda idea evidente será verdadera. La evidencia es una propiedad que tienen determinadas ideas por sí mismas, con independencia de su relación con la realidad. Más aún, la realidad tendrá que ser, tendrá que construirse, tal y como muestran las ideas evidentes. Las ideas se convierten, así, en árbitro de la realidad, al contrario de lo que se había mantenido durante siglos (que la realidad era el árbitro de las ideas).
Ahora estamos en situación de comprender el argumento en cuestión, que podríamos formular, para andar por casa, así:
La idea de Dios, el concepto de  Ser Infinito, debe incluir todas las perfecciones. La existencia es una perfección. Luego la idea de Dios debe incluir la existencia. Luego Dios existe (su esencia pensada incluye necesariamente su existencia real; Dios es la única realidad cuya esencia es  existir).
Veamos: que la idea de Dios, de ser Infinito, debe incluir todas las perfecciones, es evidente, (de no ser así entraríamos en contradicción lógica de decir que A es noA, que el Ser Infinito es finito y limitado puesto que, pensándolo infinitamente perfecto, lo pensaríamos carente de alguna perfección).
Que la existencia es una perfección, también para Descartes es evidente (puesto que es más perfecto existir que no existir. Y es más perfecto existir en el pensamiento y en la realidad que existir sólo en el pensamiento).
Si la evidencia es el criterio de verdad y certeza, y todas las ideas que posean la propiedad de ser evidentes son verdaderas, la existencia de Dios, así expuesta, por ser evidente, carece de toda duda para Descartes, tanto que sobre ella construirá el gran edificio de su metafísica. El análisis de la idea de Dios le conduce a la afirmación de su existencia.
Este argumento no es original de Descartes. Ya, en el S. XI-XII, lo había expuesto de forma algo diferente San Anselmo de Canterbury en su Proslogion. Fue criticado por Santo Tomás de Aquino y por Kant. Pero fue defendido además de Descartes, con alguna variantes, por Espinosa, Leibniz y Hegel. En nuestro siglo sigue siendo objeto de controversia, especialmente entre pensadores pertenecientes a la filosofía analítica (sobre el sentido y naturaleza de las proposiciones analíticas y en la discusión de los diversos sentidos del predicado “es”. “Dios existe” ¿es una tautología, teniendo en cuenta que una proposición tautológica es aquella en la que el predicado sólo dice lo que ya está incluido en el sujeto, del tipo “si A, entonces A”?).
Yo lo he querido ofrecer a los lectores como un argumento controvertido y bastante original, por si deciden, por unos minutos, olvidarse de la crisis y  dejar a la mente vagar libremente por los inquietantes vericuetos de la reflexión.