¡Preparad el camino al Señor! ¡Maranatha!
Vamos a parar nuestras prisas. ¿Adónde vais? ¡Esperad!
¿No sabéis quién viene para quedarse con nosotros?
¿No? ¡Pero, cómo es posible!
La niña María está en estado de buena esperanza, de la gran esperanza.
La guarda en su interior con mimo maternal. Está haciendo de su útero la cunita más cálida y acogedora que jamás haya existido.
Tiene que ser un nidito perfecto, porque en él irá creciendo, poco a poco, durante nueve intensos meses, serenos, generosos, el Amor de los amores, el Salvador del mundo, nuestro Redentor.
¡Mi Señor! Lo que hubiera dado cualquier mujer por ser tu madre, por poder tenerte en sus entrañas y sentir tus movimientos, saber su sangre mezclada con la tuya, poderte amamantar, criar…
¡Qué inmensa gracia la de llevarte dentro! ¡Y qué responsabilidad ante la humanidad!
Yo, que soy madre, sé de la grandeza de estar en estado de buena esperanza.
Nunca, como ahora, puedo comprender el significado de esta expresión: “buena esperanza”.
Y me pregunto si las mujeres somos conscientes del don que Tú nos concedes, mi Dios.
Ahora lo veo más claro que nunca, al establecer un paralelismo entre Tu Madre, María, y mi pobre persona.
Dios mío, cada vez que me hice embarazada dije “sí” a Tu Plan de Amor, como Ella. Cada vez que me hice embarazada también yo preparé la cunita en el interior de mi útero, para que en él se fuera formando un hijo de Dios que, una vez nacido, amamantaría y educaría para enseñarle Tu camino y la grandeza de Tu Cruz.
Dueño mío, mis hijos han nacido para irse “cristificando” desde el mismo día en que fueron bautizados.
¡Señor, cuánto don me diste sin apenas ser yo consciente de ello!
¡Y cuánto perdón debo arrancar de mis entrañas, por todas las veces que he podido hacerlo mejor y no lo he hecho!
Desde estos emocionados renglones, apelo a todas las mujeres del mundo: a las madres, a quienes van a serlo, a quienes pudiendo serlo no lo son, y especialmente, a las que quieren interrumpir una misión tan hermosa como es la maternidad.
¡Confiad en Dios como lo hizo María! ¡Dios proveerá! ¡Sólo hay que abandonarse en Él y dejarlo hacer! ¡Tenemos la misma misión que María!
Una vez vino al mundo el Amor de los amores para mostrarnos el camino de la verdad, de la paz, de la felicidad.
Ahora necesita muchas “Marías” que digan “sí” a la vida, para que de sus vientres salgan hijos de Dios, herederos de su Reino, que continúen lo que Jesús comenzó. Y al lado de ellas, muchos “Josés” apoyando esta sagrada misión.
La historia sigue sus pasos y el Plan de Amor nos elige para que se siga realizando.
¿No es hermosa y sagrada la misión de la pareja que se compromete a ser medio, instrumento en el Plan de Dios para con la humanidad?
¡Dios mío, qué atrevida es nuestra ignorancia!
¡Maranatha! ¡Hagamos un alto en nuestro camino de prisas y carreras! ¡Adoptemos una actitud contemplativa y dejemos pasar los acontecimientos ante nosotros, empapados de la Luz del Cordero.
¡Hagamos un Magníficat de nuestras vidas!
M. Carmen.
Adviento 2010