Hacia Dios por los caminos de la Biblia, nº 55


Maldiciones y bendiciones 

Christian: (Cristiano o seguidor de Cristo): Querido Abraham: A pesar de que el día pasado estuvimos hablando sobre las bendiciones de Dios, creo que es interesante ahondar un poco más en la novedad que nos trae el comportamiento de Dios contigo y con toda tu descendencia, llegando hasta nosotros, 

Abraham: Estoy dispuesto a escucharte, mi entrañable amigo. 

Christian: La verdad es que, al ver las bendiciones que nos vienen de Dios, me he acordado, por asociación de ideas, de las maldiciones que aparecen en la época de lo que llamamos la Prehistoria bíblica. Solo nombro algunas. Dios maldice a la serpiente, a la mujer y al hombre (Gen.3,14); la tierra (Gen.317); a Caín (Gen 4,11); Noé maldijo a Canaán. 

Después del diluvio es como si empezara otra nueva creación. Entonces Dios bendijo a Noé y a sus hijos, diciéndoles: Sed fecundos, multiplícaros y llenad la tierra. (Gen 9 1). 

Abraham: La verdad, amigo Christian, no sé por dónde vas a salir. 

Christian: No te hagas el distraído, pues sabes muy bien por dónde voy; lo que pasa es que no quieres aparecer en primer plano. Contigo, amigo Abraham, con la bendición que recibes de Dios se clausura el oscuro horizonte de la maldición y se abre la nueva página luminosa de la bendición, de la alegría, de la salvación. Dios ha hecho de ti el manantial visible de la salvación, que se extenderá a toda la humanidad. 

Abraham: Y esto es lo admirable. Todo viene de Dios; es Él quien actúa, el que lleva la iniciativa, el que se nos da gratuitamente. De Él y únicamente de Él viene la salvación. Es el único autor de esta Historia, que no es otra cosa sino un derroche de Amor. 

Christian: ¡Qué bien! En las entrevistas, como que nacen de nuevo las vivencias que se despiertan en las celebraciones comunitarias de la parroquia. Son una bendición de Dios, como las que tú recibías, amigo Abraham, Lástima no conocer mejor la Biblia, no para saber más, sino para vivir con más intesidad las delicias de las bendiciones de Dios, que se hace presencia amorosa en su Hijo Jesús, al que recibimos en la celebración de la Eucaristía. 

Abraham: No tenemos con qué dar gracias a nuestro Dios y Padre común que nos sigue colmando con toda clase de bendiciones, hasta el punto de hacernos a cada uno portadores y difusores de su propia bendición.