Abraham, intercesor de Sodoma y Gomorra
Christian (Cristiano o seguidor de Cristo): Amigo Abraham, te decía el día anterior que no comprendo que Dios castigue por igual a los jusros y a los pecadores.
Abraham: Yo creo que, ante las grandes tragedias y calamidades que convulsionan a grandes y pequeños, a justos y pecadores, el hombre, y creo que especialmente el creyente, se pregunta: ¿por qué?
Christian: Cierto; también hoy nos seguimos preguntando: ¿por qué?
Abraham: Ten presente que han pasado siglos. En la mentalidad popular, en mis tiempos, ya existía la creencia de que Dios castiga el pecado de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación (Ez. 20,5). Recuerdo que cuando Jesús curó al ciego de nacimiento, le preguntaron: ¿Quién pecó, este o sus padres?
Christian: Entonces eso es lo que quiere decir el proverbio: los padres comen agraces y los hijos sufren dentera (Ec. 18,2-4)
Abraham: Exactamente, pero yo, como creyente, no lo admití nunca; pues me planteaba el problema de forma distinta. Mi pregunta era: ¿qué pesa más ante Dios, la maldad de la mayoría o la santidad de unos pocos?
Christian: Esta es la razón por la que tú, amigo, intentaste jugar otra carta: la de la discusión con tu Dios.
Abraham: Y lo intenté porque siempre he estado lleno de confianza y optimismo en la fuerza del bien y, por tanto, en la generosidad divina.
Christian: Te convertiste en mediador entre Dios y aquellos pueblos pecadores; pediste a Dios que los perdonara, pero, al no encontrar 10 justos, Sodoma y Gomorra fueron destruidas.
Abraham: Cierto: así nos lo han transmitido los mayores. Christian: Amigo entrañable, Dios manndaría después a su propio Hijo, Jesucristo, como único mediador y salvador de todo el género humano. Jesús vino a quitar el pecado del mundo y a formar un pueblo de santos (Jn. 1,29).