"Porqué me hice cura", por Melitón Bruque

Aprovechando la "baja relativa" de nuestro párroco, y sabiendo lo que le cuesta decir "NO", cuando se le pide algo, me atreví a sugerirle que para celebrar de alguna manera el Día del Seminario, se embarcara en escribir algo acerca de qué le había empujado a él a hacerse cura. Este es el resultado, para deleite de todos.

¿POR QUÉ TE HICISTE CURA?


Desde siempre y en todos los ambientes: con niños, con jóvenes, con adultos, con gente de todos los ámbitos… cuando entramos en diálogo, es rara la situación en donde no me hayan hecho la misma pregunta: "¿Y tú, por qué te hiciste cura?"

Ahora celebramos el día del Seminario, el día de las vocaciones sacerdotales y, ante la propuesta de mi amigo Antonio, voy a intentar responder una vez más a la pregunta.

¿Por qué me hice sacerdote?... 

La verdad es que esto no responde a un proyecto que yo me hiciera, porque creyera que de esta forma yo tendría mi vida resuelta, ni porque fuera algo que respondiera a ningún “gusto” personal, ni porque de esta forma yo tendría más relevancia en la vida… ¡Tantas cosas que se pueden pensar a la hora de plantearse una persona su vida! 

Recuerdo que en aquellos tiempos le decían a mi padre: “¡¡¡Con tu hijo cura, tienes la vejez resuelta!!!” ¡Qué equivocación!

Tampoco quiero decir que haya un esquema concreto por el que entran todas las personas que optan por el sacerdocio y que en todos se repite lo mismo, no. Cada persona es un mundo y cada historia es completamente distinta y personal. 

El tema no es algo que proviene de la decisión de la persona concreta, sino del proyecto que Dios tiene para cada persona: “No sois vosotros los que me habéis elegido; soy yo, quien os elegí y os llamé para que deis fruto y vuestro fruto dure…” De manera que, no es una cuestión personal, sino de Jesús y, cuando Él decide una cosa, siempre suele hacerla de la manera más inverosímil que alguien pueda imaginar, un ejemplo clarísimo de esto es mi propia vida.

Yo nací de una familia muy pobre y numerosa y desde pequeño me llevaron con mis abuelos, donde viví en una aldea de poquísimos vecinos cuidando los animales; nunca conocí a un sacerdote ni tuve contactos con nada relacionado con la Iglesia, hasta que un día, que fui a mi pueblo a visitar a mi familia, por pura casualidad, me presentaron ante el obispo que estaba allí, haciendo la visita pastoral, y él estaba pidiendo un niño del pueblo para que fuera al seminario; no sé por qué le dijeron que allí estaba yo, pues no vivía ni en el pueblo, y me invitó a irme al seminario.

A los pocos meses, me sacaron de las montañas, me llevaron a Jaén y me metieron en un edificio enorme, lleno de un montón de gente donde lo pasé terriblemente mal, hasta el punto que, si hubiera sabido y hubiera tenido los medios, me hubiera escapado de allí. 

Pero fui haciendo amigos y me fui integrando en este nuevo ambiente, totalmente contrario a lo que yo había vivido desde siempre.

Poco a poco fueron pasando los años y poco a poco fui descubriendo mi propia persona, el mundo, la vida, la iglesia, a Dios, a Jesucristo…

Y, después de muchos avatares, fui conociendo a Jesucristo hasta que me encontré con Él, con su propuesta de vivir a tope la causa del Reino de Dios y fue a partir de ahí, cuando empecé a plantearme seriamente mi vida y a pensar que yo quería jugármela por algo que valiera la pena.

Al encontrarme con Jesús, su principio de vida: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado… y en esto conocerán que sois de los míos” me fascinaba y pensé esa tenía que ser norma de vida; quise ser testigo de esta misión, la forma de vivirlo era lo de menos, pero sopesando, llegué a pensar que lo más radical era viviéndolo en exclusiva y la forma me la brindaba el sacerdocio. Así es que, contra todo pronóstico, le dije: “Acepto tu propuesta” y, ¡Aquí estoy!

Yo no creo que haya hecho nada del otro mundo, lo que más me maravilla y agradezco, es que el Señor me hiciera la invitación y haya querido contar conmigo en esta misión suya, de ir haciendo presente su reino de Amor, de Paz, de Justicia y de Verdad en el mundo. 

Creo que soy el hombre más afortunado que existe, pues vivir la aventura de Jesús es lo más grande que alguien pueda imaginar. Gracias a Él he podido conocer una cantidad enorme de gente maravillosa, he podido vivir las experiencias más fascinantes de la vida y he podido sentir en mi vida, que todo lo que decía Jesús en el evangelio es verdad. Es el tesoro que se encuentra y por el que vale la pena dejarlo todo para adquirirlo.

Pienso que Jesús sigue invitando a esta aventura de amor en el sacerdocio, lo mismo que sigue invitando a los jóvenes a vivir la misma aventura del amor en el matrimonio, porque es la otra forma de poner, en exclusiva la vida, para que se haga presente el mandamiento del amor, pero no todos entienden esto, y lo rompen, lo devalúan y lo convierten, no en una expresión del cielo, sino del infierno.

El problema no es que Dios no siga llamando, el problema está en que las propuestas que se dan en el mundo actual, llenan los sentidos y los embotan e impiden que se le pueda prestar atención a la llamada de Jesús.

Melitón Bruque