El pasado jueves, 23 de septiembre, tuve el privilegio de compartir la Eucaristía presidida por nuestro Obispo Don Ramón en el Salón de Grados del Campus de las Lagunillas de nuestra universidad. Fue una celebración emocionante por muchos motivos: en primer lugar, porque no creo que haya mejor forma de comenzar un curso para alumnos y profesores que compartiendo una Eucaristía; en segundo lugar, porque hacerlo en un marco como el de este Salón de Grados personalmente me llena de felicidad; finalmente, porque los allí presentes tuvimos la oportunidad de escuchar una homilía de Don Ramón intensa, profunda, oportuna al 100% en un día como éste.
Le pedí a una buena amiga si me podía conseguir al menos el esbozo de esta homilía y finalmente puedo compartirla con vosotros, junto con las lecturas de la celebración de la Palabra.
Atentamente, Antonio J. Sáez Castillo
Celebración de apertura de curso en la Universidad
Jueves, XXV semana del Tiempo Ordinario
San Pío de Pietrelcina, presbítero, memoria obligatoria
1. Lecturas (del dia)
1.1 Qo 1,2-11: Nada hay nuevo bajo el sol.
¡Vanidad de vanidades! - dice Cohélet -, ¡vanidad de vanidades, todo vanidad! ¿Qué saca el hombre de toda la fatiga con que se afana bajo el sol? Una generación va, otra generación viene; pero la tierra para siempre permanece. Sale el sol y el sol se pone; corre hacia su lugar y allí vuelve a salir. Sopla hacia el sur el viento y gira hacia el norte; gira que te gira sigue el viento y vuelve el viento a girar. Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena; al lugar donde los ríos van, allá vuelven a fluir. Todas las cosas dan fastidio. Nadie puede decir que no se cansa el ojo de ver ni el oído de oír. Lo que fue, eso será; lo que se hizo, ese se hará. Nada nuevo hay bajo el sol. Si algo hay de que se diga: "Mira, eso sí que es nuevo", aun eso ya sucedía en los siglos que nos precedieron. No hay recuerdo de los antiguos, como tampoco de los venideros quedará memoria en los que después vendrán.
1.2 Sal 89: Ant. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Señor, tú has sido nuestro refugio
de generación en generación.
Antes que naciesen los montes
o fuera engendrado el orbe de la tierra,
desde siempre y por siempre tú eres Dios.
Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «retornad, hijos de Adán.»
Mil años en tu presencia
son un ayer, que pasó;
una vela nocturna.
Los siembras año por año,
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca.
¡Cómo nos ha consumido tu cólera
y nos ha trastornado tu indignación!
Pusiste nuestras culpas ante ti,
nuestros secretos ante la luz de tu mirada:
y todos nuestros días pasaron bajo tu cólera,
y nuestros años se acabaron como un suspiro.
Aunque uno viva setenta años,
y el más robusto hasta ochenta,
la mayor parte son fatiga inútil,
porque pasan aprisa y vuelan.
¿Quién conoce la vehemencia de tu ira,
quién ha sentido el peso de tu cólera?
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos;
por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Danos alegría, por los días en que nos afligiste,
por los años en que sufrimos desdichas.
Que tus siervos vean tu acción
y sus hijos tu gloria.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.
1.3 Lc 9,7-9: A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?
En aquel tiempo, el virrey Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado, otros que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Herodes se decía: -A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas? Y tenía ganas de ver a Jesús.
2. Ideas para la homilía
Para entender las palabras del predicador (Qoèlet), que hemos escuchado en la primera lectura, conviene situar este libro en su contexto. En Israel existía una doctrina tradicional que afirmaba que si eres bueno te irá bien y si te apartas de la voluntad de Dios te irá mal en la vida. Esta doctrina, consagrada por la llamada historia deuteronomista (Dt, Jos, Jue, Re…) se mantenía en pie gracias a una concepción colectiva de la retribución divina. Con los profetas, particularmente con Ezequiel, se tiende a entender la retribución de forma individual (ya no se dirá más, los padres comieron agraces y a los hijos les da dentera, a partir de ahora el que coma los agraces tendrá la dentera (Ez, 18,2s).
Pero desde esta perspectiva de una salvación personalizada la doctrina de la retribución tradicional se hace insostenible. Vienen a ser los sabios (particularmente Job y Qoélet) los que formulen este fracaso de la doctrina tradicional. Job lo hace poniendo de manifiesto que hay personas buenas a las que le va mal en la vida. Hay justos que sufren, que no triunfan, a los que no se les reconoce su esfuerzo. Qoélet sigue otro camino. Nos muestra que incluso, aunque te vaya bien sabe a poco, que las glorias humanas son insuficientes. Que el éxito, los bienes materiales, e incluso la sabiduría y el prestigio humanos no consiguen llenar el corazón.
La postura de Qoélet aparece ante nuestros ojos como la de un escéptico que relativiza el valor de todas las cosas. Sus palabras bien pudieran haber sido suscritas por alguno de los adalides del relativismo, el pensamiento débil o la postmodernidad. Acogido acríticamente, su pensamiento parece llevarnos al cinismo, a desconfiar de todo y de todos. Sin embargo, cuando las palabras del predicador se encuadran en el conjunto de la historia de la salvación adquieren un significado distinto. Si las cosas no consiguen llenar el corazón del hombre, ¿habremos por ello de resignarnos a que este corazón quede vacio y hastiado (Magnificat)? ¿O más bien habremos de buscar más allá de las cosas aquello que nuestro corazón desea (S. Agustín)?
Los cristianos afirmamos que el Hijo de Dios, al encarnarse, al introducirse en nuestra propia realidad, como el grano de trigo en la tierra (Juan 12,24s), la ha fecundado. Desde la Encarnación de Jesucristo, la creación entera está preñada de salvación. Para los cristianos, Dios, plenitud del hombre, no se encuentra más allá de la realidad creada, sino en el corazón mismo de ella. Dios no se identifica con la creación, como piensan las religiones panteístas, pero toda la creación, comenzando por la humanidad de Cristo, tiene un carácter sacramental por el que nos hace presente a Dios.
En la celebración eucarística nos encontramos con una expresión privilegiada de esta sacramentalidad de la creación. Lo que a los ojos del incrédulo es apenas un trozo de pan sin cuerpo (Num 21, 5), para nosotros será, gracias a la palabra de Dios y la fuerza del Espíritu presencia viva de Cristo capaz de transformar nuestras vidas.
La vida de Jesús consiguió llamar la atención icluso de Herodes, aquel que mató a Juan el Bautista creyendo de esa manera matar la voz de Dios en su vida. Nosotros, los cristianos estamos llamados a ser imagen de Jesús en medio del mundo, en vuestro caso en medio de la Universidad. Pido a Dios que nuestra vida, nuestra entrega generosa al estudio, a la investigación y a la docencia, nuestro modo de vivir la fe en Jesucristo en medio de estas tareas, sean de tal manera elocuentes que susciten en los demás, incluso en aquellos que han deseado apagar la voz de Dios en sus vidas, el deseo de buscar a Jesús y encontrarse con él. De esta manera seremos vedaderos puentes que acercan la salvación de Cristo a los hombres. Nuestra vida estará “preñada” de vida eterna.