N: Amigo Jesús, mi Señor: Muy realista y significativa esta parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro. Con qué claridad nos muestras las consecuencias del acaparamiento de la riqueza.
+Jesús: El caso es que así está el mundo; este mundo del siglo XXI.
Está el mundo de los ricos, de los que nadan en la abundancia. El mundo de los que han ido y siguen apoderándose de los bienes de los pobres, de los necesitados, de todos aquellos que piden un poco de pan y unas gotas de agua. Y NADIE SE LO DA.
N: Sí, mi querido Maestro. Hay dos mundos: el de la riqueza, que se identifica con el Norte, y el de la suma pobreza, que está situado en el Sur. Los del norte visten de púrpura y de lino banquetean, y despilfarran; derrochan las posesiones de los pobres y, además, explotan a los “Lázaros” del Sur, sin tener en cuenta la situación de suma pobreza en que se encuentran. Les prohíben la entrada en sus casas y en las tierras y permanecen impasibles ante los miles de seres humanos que mueren de hambre.
+Jesús: Hay que ver cómo la riqueza endurece el corazón; lo vuelve frío como el hielo y duro como el mármol. Hasta vuelve ciegos a quienes han hecho del dinero “su dios”. El rico no ve a Lázaro sentado a la puerta, esperando que le den las migajas que caen de la mesa del rico
N: Igual que nosotros. Vivimos en la sociedad de la abundancia y muchas veces somos testigos y agentes del despilfarro. Y esto no se da sólo entre los grandes capitalistas, sino que lo vemos en familias más sencillas. Pensemos en las fiestas de las primeras comuniones, las bodas, cumpleaños, las ferias de los pueblos y ciudades, etc. Pero no vemos los “Lázaros” en nuestras calles ni las escenas que nos presenta la televisión.
+Jesús: Pues es verdad. Por eso no dejo de repetir que no se puede servir a Dios y al dinero. Cuando se sirve al dinero “muere el amor”, y no es posible una sociedad justa sin amor. La falta de amor rompe la familia humana y condena a morir de hambre a miles de personas, durante muchas generaciones. El amor es el motor de la vida. Dios, Padre de todos, es AMOR y no puede ver con buenos ojos que haya hijos ricos e hijos esclavos, condenados a morir por la falta de amor de los que han robado a sus propios hermanos.
N: Esto es fuerte, amigo Jesús. Pero reconozco que es verdad. Para terminar me pregunto: ¿Qué mérito tienen nuestros niños, que nacen rodeados de cuidados y regalos, -o los que tuvimos nosotros en su día- y qué no lo tienen los niños famélicos y comidos por las moscas, sin fuerzas para espantarlas?.
Ante todo esto no podemos seguir impasibles. Tenemos que reflexionar en jornadas de oración, buscando y preguntándonos: ¿Qué podemos hacer?