"¿Quién me ha tocado?", por Jaime Salido



« ¿Quién me ha tocado?» (…) «Alguien me ha tocado, porque he sentido que una fuerza ha salido de mí.»(…) «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz.»
Lc 8, 45-48

Estando apretujado, tratando de pasar, un hombre hace cerca de 2000 años pregunta a la multitud quién de ellos le ha tocado.

¿Qué poder tendrá el “tocar” en el ser humano de modo que pueda distinguir el acto de “tocar” del “Tocar-me”?

“Alguien me ha tocado” es sólo posible decirlo como resultado de ser corporal; esa es la única manera humana de entrar en contacto no sólo con lo distinto de mí, sino conmigo mismo: me toco, te escucho, me escucho, te percibo, me veo, te veo, te toco, me tocas, me afectas, sé que me afectas, y lo sé porque me tocas: me has tocado y yo sé que lo has hecho porque es un hecho que sé que soy porque he sido tocado y sigo tocando.

Está demostrado que un bebé de incubadora siendo tocado por su madre de forma regular tiene más posibilidades de salir adelante que uno que permanece más aislado. También es curioso que los mamíferos necesiten mantener el contacto carnal con la madre, no sólo para alimentarse, sino para hacerlo al compás de los latidos de su corazón.

Pero lo que más me llama la atención del tocar en el hombre, más que su sentido extensivo a todo lo perceptible, es lo que tiene que ver con el uso de las manos. Las manos humanas son uno de los instrumentos más potentes del ser humano: la oposición del pulgar al resto de los dedos, la movilidad y división tripartita de los dedos que permite abarcar toda la palma, las uñas, y sobre todo, la infinidad de terminaciones nerviosas hasta las yemas. Muy probablemente, como dicen muchos antropólogos, la configuración de las manos humanas está muy vinculada al desarrollo del cerebro.

¿Y por qué? ¿Qué tienen que ver los extremo de los brazos con el complejo cerebro humano para que estén tan conectados por el tejido nervioso? Si bien es cierto la estructura de las manos es muy propicia para fabricar herramientas cada vez más complejas como complejos sean sus fines, y esto permite el desarrollo manipulador del cerebro, hay un aspecto más importante que es el que yo vengo a resaltar: comenzamos a amar por las manos.

La dinámica del deseo tiene como perfectos aliados a estos miembros de nuestro cuerpo. Si el niño quiere algo trata de cogerlo, lo alcanza, y todas sus conexiones nerviosas le hacen experimentar su temperatura, textura, suavidad… posteriormente se lo llevará a la boca para seguirlo conociendo. Con el tiempo ese “querer” va siendo más sofisticado, y también lo va siendo su forma de tocar y aprende a acariciar y a “degustar” lo que toca; y según lo toca lo hace suyo, lo posee. Lo puede llevar hacia sí para abrazarlo, o lo puede apartar si lo rechaza.

Hay un salto muy importante en el tocar, y es el paso de tocar algo a tocar a alguien. Tocar a alguien implica que hay “otro yo” que va a percibir cómo es tocado, por tanto conlleva un darme hacia otra persona, una forma de amar más perfecta: tocándote te expreso mi forma de quererte, y al mismo tiempo recibo tu forma de tocarme, de quererme, si me abrazas, si me apartas… hablando un mismo lenguaje, el de la carne.

El tocar humano está cargado de la intención del yo y del tú, no es un mero proceso funcional, no es separable del afecto: no se puede aislar de la persona. Hacerlo es mentirse, ir en contra de uno mismo.

Por estas razones podemos diferenciar un “tocar” cualquiera de un “tocarme” cuando ese tocar está lleno de la intención de otra persona, una intención que me afecta, que pone en marcha todos mis dinamismos humanos para hacerse una pregunta: “¿por qué me tocas?”. En la medida en que uno obtenga respuestas a esta pregunta quedará más o menos complacido.

De entre todas estas manos que tocaron a Jesús en éste pasaje, hubo unas que con más intensidad que el resto le estaban tocando, y de ahí la pregunta ¿quién me ha tocado? Dios mismo queda afectado cuando le tocan con intención cargada de fe.

El lenguaje amoroso de la carne, se habla en un tocar que produce hechos que tocan a otros. En este sentido se ve la sublimidad de la encarnación. Un Dios que ha querido hablar el lenguaje humano está mostrando con este hecho, por un lado su interés por el hombre y, al mismo tiempo, su intención de mostrarle su amor en el lenguaje humano apropiado para ello.