Empezaré por una breve exposición de los hechos.
A mediados de este tórrido verano, la escucha de un programa de radio en la Cadena SER me sacó, por fortuna, del sopor de un viaje en coche sobre las cuatro de la tarde. El programa sacaba a colación un informe de la OMS a partir del cual se había puesto en marcha un programa que trataría de fomentar la “vuelta” a la lactancia. A pesar de que las ventajas de la lactancia materna son más o menos conocidas por todos, he de reconocer que expusieron muchos aspectos, relacionados incluso con la vertiente emocional del desarrollo del bebé que me sorprendieron. En un momento dado, incluso, la periodista que conducía el programa le preguntó a la representante de esta campaña si todos esos datos realmente estaban avalados por estudios rigurosos, a lo que ella respondió que, sin ninguna duda, y que no eran fruto sólo de un trabajo concreto, sino que eran numerosísimas las publicaciones en el ámbito de la pediatría y de la ginecología donde se exponían tales resultados.
Inmediatamente después de la intervención de esta representante de la OMS, la periodista dio paso a Amparo Rubiales, a quien presentó como eurodiputada y feminista. Juro de veras que en un principio me sorprendió un poco que se invitara a una política como Amparo Rubiales, y que se le presentara como feminista, a propósito de una noticia como la que se estaba comentando; en mi inocencia, incluso llegué a pensar que quizá una persona definida como feminista aún podría alegrarse, enfatizar o poner en valor esa inmensa riqueza que sólo las mujeres, como madres, pueden proporcionar a sus hijos e hijas a través de la leche materna. Mi sorpresa fue que no, que esta mujer, curtida en mil batallas políticas y con la amplia experiencia que sus años de servicio público en defensa del interés general, había aceptado participar en el programa para (no podría citar textualmente, pero intento recordar sus palabras con la mayor fidelidad posible) encender las alarmas sobre una serie de hechos que están aconteciendo alrededor de la figura de la mujer, orquestados por una serie de fuerzas que están viniendo en llamarse neomachistas, y que la estarían conduciendo de nuevo a ser encerrada en el ámbito de su papel de esposa y madre, ahora que, por fin, tras años de lucha, estaba consiguiendo liberarse del patriarcado e incorporarse al mundo laboral. Más aún, dijo que tampoco había que tomarse la campaña de la OMS muy en serio (he olvidado decir que la campaña exponía a modo de titular que si se alcanzaba el éxito esperado, dos millones de niños condenados a morir, saldrían adelante) y que, de hecho, la OMS sacaba a veces informes que luego se habían mostrado erróneos. Intervinieron después dos madres, convenientemente filtradas con anterioridad por la cadena de radio, una comentando su gratísima experiencia amamantando a sus dos hijos y la segunda, absolutamente encolerizada porque esa campaña era un ataque a las madres que, como ella, no habían podido hacerlo con los suyos, y que con noticias así se sentía criminalizada. Nada menos.
Semanas después he vuelto a leer al respecto de este tema. Este domingo, el suplemento Mujer Hoy del grupo Vocento incluye una columna firmada por Edurne Uriarte bajo el título “Las mamíferas” (Mujer Hoy, 4 de septiembre de 2010). En ella la autora se hace eco de la campaña que de la OMS y de algunas respuestas a propósito del tema, denunciando de nuevo que bajo el amparo de la vuelta al naturalismo se está pretendiendo que las mujeres “[...] sacrifiquen sus deseos de libertad, sus impulsos individuales, sus metas profesionales, para que sean madres antes que mujeres”.
Y miren, hasta ahí podíamos llegar. Perdonen que me levante, pero es que se me hace difícil a veces permanecer sentado escuchando según qué cosas. Apenas me separa una generación de las madres que no tenían otro alimento para sus hijos que no fuera la leche que ellas mismas tuvieran, salvo, claro está, las que se podían pagar un ama de cría o, incluso, en los pueblos, las que tenían una cabra que pudiera hacer de madre prestada. ¡Cómo no alegrarse de que hoy en día cualquier niño de nuestro mundo pueda salir adelante con todas las garantías gracias a esos magníficos biberones! Digo más, ¡cómo no alegrarme, como padre, de poder sentir yo mismo la satisfacción de alimentar a mis propios hijos gracias a estos biberones! ¡Sin ninguna duda! Pero, ¿qué tiene eso que ver con decir alto y claro, como verdad científica avalada y como la más evidente de las realidades que yo mismo he vivido, que la lactancia materna es mejor que la lactancia artificial? ¿Qué tiene de malo? Porque al parecer el problema es ese, que todos sabemos que es mejor, pero que si lo decimos, estamos haciendo culpables a las madres que no quieren o no pueden amamantar a sus hijos. Y a mi juicio eso es una barbaridad. Si la ciencia y la sociedad han avanzado en la liberación de la mujer es, entre otras cosas, porque en nuestro mundo desarrollado (dejemos de momento al “otro mundo” de lado) una madre podría elegir en libertad si desea amamantar a su bebé u optar por la leche artificial. Por lo tanto, usted, buena señora, madre reciente de un hermoso bebé, elija: ¿quiere usted darle la teta? Pues adelante: es lo mejor que le puede dar a su hijo. Pero si no le apetece, o no le sale la leche, o se va a poner a trabajar ya y no puede, o su jefe no le respeta ni la baja maternal y no lo queda otra, en todos estos otros casos, no se preocupe: en la farmacia venden unas magníficas leches artificiales que le darán todo lo que su hijo necesita. Y, eso sí, por encima de todo, no se sienta culpable.
Lo que pasa es que en todo este tiempo que ha pasado desde que oí la noticia en la SER hasta que hoy he vuelto a leer la columna de Edurne Uriarte, me ha seguido sonando el eco de lo que decía Amparo Rubiales sobre que todo esto está urdido por el neomachismo. Y es que, como no estoy muy al tanto de lo que es, tengo cierta preocupación porque estoy descubriendo en mí a un neomachista. Escribía Edurne Uriarte que “[...] en el momento en que las mujeres occidentales han conseguido librarse del patriarcado se encuentran con un nuevo dueño en el hogar al que deben sacrificarlo todo, el niño. La maternidad se vuelve más exigente que nunca, la buena madre es la que condiciona su vida y sus objetivos a los niños”. Como neomachista, estoy casi de acuerdo, pero ¿se han librado las mujeres del patriarcado? No todas, y muchas que lo han hecho ahora trabajan más que los hombres por menos dinero (¿porque quieren? ojalá; la hipoteca no perdona). ¿Sacrificarlo todo por el niño? Mi mujer y yo preferimos llamarlo entrega, es más, entrega amorosa. ¿Que la maternidad se vuelve más exigente que nunca? Me va a dar la risa, y como se enteren nuestras madres, le van a contar un par de cosas de cómo era ser madre hace treinta años. Y, finalmente, ¿es la buena madre la que condiciona su vida y sus objetivos a los niños? Pero ¿es que hay alguna madre (o algún padre) decente que no condicione su vida y sus objetivos a los niños? ¿Y qué tiene eso de malo?
A mí todo esto me suena a que el paradigma de nuestro tiempo es otro. Que eso del sacrificio, lo haga quien lo haga, no se lleva. Por eso, después de tantas vueltas, he tratado de comentar mi neomachismo con mi mujer y ella, que es de pocas palabras, me he dicho: “mira: llevo toda la vida dando explicaciones de porqué no me preparo las oposiciones, de porqué no busco trabajo en más sitios, más lejos de vosotros, de porqué dejo el trabajo para cuidar mejor a los niños y ya he conseguido que todo esto me de igual. Con lo a gusto que estoy yo dándole la teta a mi niña. Por cierto, prepara un biberón de 150, que se ha quedado con hambre”. Amén.