Usar y tirar, por José Antonio Pagola

Alguien me contaba que le ha impresionado ver en Madrid algo que no había visto jamás: la gran cantidad de tiendas de ropa usada y de objetos de segunda mano. Y no es de extrañar cuando llevamos un tiempo en el que necesariamente había que cambiar de ropa y de todo cada temporada sin que nos hubiera dado tiempo ni a estrenar lo que habíamos comprado. Creo que frente a las fiestas a las que nos dirigimos puede servirnos como punto de reflexión y de preparación estas reflexiones que hace José Antonio Pagola; invito a leer el artículo pues es un retrato exacto de la realidad que estamos sosteniendo.

Usar y tirar
José Antonio Pagola

- Miguel, ¿ya has roto el juguete?
- “No importa, mamá, si tengo más". 

Podríamos cambiar el nombre a esta frase y sería aplicable a la práctica totalidad de los niños españoles de clase media de hoy. Y lo mismo para la ropa, los libros y el material escolar. Pero es quizás en este último apartado donde el pernicioso hábito de usar y (al ratito) tirar que practican nuestros hijos adquiere mayor gravedad para los padres. Y no es de extrañar si echamos cuentas: no sólo del dinero que cuesta adquirir el imprescindible equipo para la escuela: mochila, archivadores, estuche, rotuladores, reglas, compás, cuadernos, etc. Sino, sobre todo, por las veces que habrá que reponerlo a lo largo del curso. Casi hay que contar con una letra más, a pagar junto a las del coche y el hogar familiar...
Bromas aparte, el tema es muy serio. Pablo ha estrenado este año cuatro mochilas diferentes. La primera, adquirida con la ilusión del comienzo de curso, no duró viva una semana. Hubo que cambiarle las ruedas. Las siguientes aparecieron desgarradas de un extremo a otro o perdiendo lastre (¡la flauta!) por un enorme agujero en su parte inferior a medida que rodaba. ¿Es que son malos los materiales de hoy, que el niño es poco cuidadoso (poquísimo, se diría, a juzgar por el estropicio...), o que todos hemos caído en la práctica de tirar aquello que se estropea sin mediar una lágrima o un disgusto por el objeto en cuestión? Más bien, las tres cosas a la vez.

Malos usos. "En mis tiempos las carteras eran de cuero y duraban toda una vida". La afirmación de este abuelo es tan cierta como que aún se conservan en más de una casa, guardando fotos de familia o documentaciones, aquellas preciosas maletas rígidas que olían a piel. Hoy no. Hoy el precio de las mochilas varía en función de lo de moda que esté el dibujo que las ilustra o el prestigio que tenga la marca en el imaginario colectivo. Pero no hay grandes matices en la calidad de sus materiales. Nadie espera que duren toda la vida, ¿pero, no podrían al menos aguantar un curso? Imposible. Sea por el peso del material que deben transportar los niños, sea por la fragilidad de las materias primas. O porque ahora todo se fabrica con fecha de caducidad. Y a esto se une, claro está, la manera en que nuestros niños usan las cosas ahora.
A golpes, a empujones, arrastrándola, con el abrigo colgando, la cremallera abierta, las hojas arrugadas a medio guardar y una suerte de lluvia de pequeños objetos cayendo de ella... ¿Qué más da si se rompe? Ya compraremos otra. Si incluso sustituimos la decoración de casa porque nos aburrimos de ella, aunque siga estando en buen estado, ¿cómo no vamos a comprar otra mochila o renovar todo el material cuando comienza el curso? El ejemplo para los niños es más que sintomático.
María regaña a su hijo Alejandro mientras éste se baña.

"¿Tú no sabes que hay niños en el mundo que ni siquiera tienen cuadernos o lápices para ir a la escuela?
-Pues que se los compren sus padres.
-Es que sus padres no tienen dinero.
-Pues que usen la tarjeta...". 

El comentario es literal. Y la pena de la madre también. Pero a pesar de ello, opta por comprar de nuevo las reglas y los rotuladores que su hijo ha extraviado a los pocos días de empezar el curso.

Otras prácticas. Algunos colegios proponen la sana práctica de adquirir todos los materia­les que se necesitarán en clase a través de una cooperativa de padres. Así se compran más baratos, todos los niños tienen lo que necesiten conforme al criterio de los profesores y no compiten por las distintas marcas y modelos. Pero hay padres que no se fían del sistema o prefieren buscar sus propios descuentos, pensando que obtendrán más ventajas. ¿Y qué hay del valor educativo de compartir el material y cuidarlo en favor de todos? Destacar entre los compañeros o creer que somos más exclusivos se lleva el gato al agua.
Así que cada semana papá o mamá revisan el estuche y reponen pacientemente el lápiz comido, la goma rota o el sacapuntas desaparecido. Más tijeras o pegamento. Y esto con cada hijo y en cada casa, porque no hay niño que se libre del mal uso del material escolar.

Perder la ropa. Y lo mismo ocurre con la ropa. El trajín de horarios ampliados, clases extraescolares y familiares diversos que pasan a recoger a los niños hace que la ropa desaparezca como por arte de magia. Y en los colegios se acumulan chaquetas de chándal, bufandas, mochilas con la muda de deporte ¡y hasta zapatillas sueltas! que esperan que sus dueños las reconozcan y recuperen. Pero sus dueños a veces no tienen ni idea de cómo era su abrigo (porque tienen varios) o si se llevaron bufanda ese día. Y ya sabemos aquello de que no pierden la cabeza porque la llevan pegada al cuerpo, que si no...
Eso si merece la pena recuperar unas prendas que, aunque compradas hace poco, están decoradas con unos artísticos lamparones de Cola Cao o tomate frito que las acompañarán ya para siempre (digan lo que digan los anuncios de detergente). O se le ha pasado por la cabeza a nuestra niña "tunearla" con cuidados cortes de tijera, como hizo Elenita un día. Así que la ropa se vuelve también otro elemento de usar y tirar (cuanto antes), que para eso cambian las modas y tienen que hacer su agosto las firmas comerciales.
Y lo de "tunear" lo aplican los niños de hoy a todo lo que esté a su alcance, sin comprender que hay cosas que, éstas sí, alguien compra pensando que van a durar (casi) toda la vida. Es el caso de los muebles. ¿Pero cómo aplicar el criterio de la perdurabilidad si no se ha practicado previamente con las cosas que, teóricamente, más les importan a los niños, como son los juguetes o los lápices de colores? Así que Alejandro ha decorado con pegatinas y pinturas de factura propia todo el frontal de madera de pino de su dormitorio, por el que sus papás aún están pagando letras. Habrá que cambiarlo cuando se pueda... No vaya a ser que el niño aprenda aquello tan viejo de que hay que cuidar las cosas y responsabilizarse de su mantenimiento...
Un aprendizaje más necesario de lo que podamos creer para asumir posteriores responsabilidades a lo largo de su vida de adultos, como explican los psicólogos.
Porque, ¿si un niño no es capaz de jugar cinco minutos seguidos a un mismo juego o mantener la fidelidad a un juguete que reclamó con ahínco, ¿cómo sabrá conservar en un futuro las relaciones interpersonales, o comprometerse con una pareja o una profesión? Puede que estos adultos futuros terminen aplicando, también en esto, aquello del usar y tirar...


Reflexión personal:
¿Sé aprovechar bien los recursos que tengo, (agua, luz, restos de alimentos, etc? ¿Preparo a mis hijos para vivir con austeridad?. ¿Me doy cuenta de que lo que me sobra a mí, es lo que les falta a otros?