N: Querido amigo Jesús: En estos días te contemplamos en Belén, “envuelto en pañales y recostado en un pesebre”. Tú, que desde el principio estabas junto a Dios, y que eres Dios, como el Padre, has querido bajar y ponerte a nuestro nivel. Y esto me desconcierta, nos desconcierta.
*Jesús: Eso es normal porque la clave está en conocer el corazón del Padre. Dios es amor, dice Juan, mi discípulo amado, y por eso, "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único para que todo el que crea en Él no perezca sino que tenga vida eterna".
N: Y qué bien te retrató Juan: te llama el creador de todo, tú eres la vida, la luz verdadera que ilumina a todo hombre… y, lleno de alegría dice; y la Palabra, es decir, Tú, el Hijo de Dios, que estabas junto a Dios y que eres Dios, te hiciste carne, y acampaste entre nosotros.
*Jesús: Y aquí me tienes contigo, amigo N. Te estoy viendo y escuchando. Y me siento a gusto con todos los hombres, que son mis hermanos. Recuerdo que mi Padre sentía como una especie de nostalgia, al ver que la humanidad prefería las tinieblas a la Luz. Y decía: mis delicias están con los hijos de los hombres. (Prov. 8,31). Y eso me pasa a mí, al sentirme hermano de todos.
N: Amigo Jesús, el Emmanuel, Dios-con-nosotros: Me figuro cómo te dolería el rechazo de los mismos que venías a salvar. “viniste a tu casa, y los tuyos no te recibieron”.
*Jesús: Y todavía me duele cuando me siento marginado, olvidado, no recibido en el pobre, en el hambriento, en el marginado, en los enfermos, en los sin techo, en los que se están quedando sin trabajo, en los que, siendo inocentes están privados de libertad…
N: Yo quiero ser como los que te reciben; quisiera que aumente mi fe en Ti y ser hijo de Dios, comprometido con su proyecto: “que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. Trabajar para hacer un mundo de hermanos.