Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.
DIÁLOGO
Juan.- La Santísima Trinidad es la comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que es el Espíritu de su amor.
Lucía.- ¡Recuerda, estamos bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo! El Padre Dios se encarnó en su Hijo Jesús, y Jesús, al ir al Padre, nos dejó su Espíritu.
Pablo.- El Espíritu Santo es quien conduce a la Iglesia, y quien nos anima a tenerlos presentes en cada momento.
Jorge.- ¡Ya sabes! La Iglesia recogió el mandato que Jesús nos dejo: ser misionera del mensaje de amor a todo el mundo.
Juan.- La Iglesia es el cuerpo donde permanece el amor de Dios, y Cristo-Jesús es la cabeza. La iglesia nace de la unión entre Dios y el hombre.
Lucía.- En la Iglesia recibimos los sacramentos: el bautismo, el perdón, la eucaristía, confirmamos nuestra fe, y sellamos nuestra alianza de amor a la vida.
Pablo.- ¡Pero no te confundas! No son títulos para colgarlos en la pared, son compromisos para conseguir un mundo solidario y justo.
Jorge.- El mismo Espíritu de Dios está presente en cada uno de ellos, y debemos ser su templo y portadores de sus frutos.
Juan.- La Caridad, la paz, la alegría, la bondad, la paciencia, la generosidad y el dominio de sí.
Lucía.- ¡Somos muy importantes para Jesús! Porque nos ha entregado su amor y nos ha elegido para contagiar la esperanza de encontrarnos con Él.
Pablo.- ¡Y todo, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo! A quien siempre debemos de dar gracias cada día.
Jorge.- Y siempre de la mano de la Virgen María, Madre de la Iglesia y Madre Nuestra, coronada en el mes de Mayo, como reina del cielo y la tierra.