Alguien me puede tachar diciendo que tengo “manía persecutoria” y que debería decir las cosas sin polemizar. Eso sería lindo y deseable si es que existiera el más mínimo respeto a la libertad de expresión y las más elementales normas de educación, pero dado que no es así y siempre te encuentras a gente que lidera ideas perniciosas que son aplaudidas por una buena barra, sin saber lo que dicen, no queda más remedio que contestar, al mismo tiempo que se expresa una verdad.
Por supuesto que no me cierro a reconocer los fallos que a nivel personal podemos cometer los humanos, que componemos esta familia llamada Iglesia, lo mismo que los cometen los miembros de cualquier institución humana, pero eso no autoriza para descalificar a todo un colectivo, pues mientras hay cinco que se equivocan y cometen fallos, hay quinientos que son unas excelentes personas y que responden al orden establecido.
No vamos a analizar ahora lo que en algún momento de la historia, a alguien en concreto se le haya ocurrido cometer algún disparate, como es común que ocurra en cualquier estamento humano, yo no conozco todavía ninguno que no haya cometido errores.
Sin embargo, lo que la Iglesia tiene por principio no son esos errores, sino el mandato que le dejó Jesús: “Id por todo el mundo y enseñad todo lo que habéis visto oído y vivido…” Y lo que Jesús mostró a todos fue: “los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen, los mudos hablan… y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia”
La Iglesia tiene como encargo hacer todo esto y anunciar al mundo el encargo de Jesús: que todos somos hijos de Dios Padre; que todos tenemos la misma dignidad de ser Hijos de Dios y, por tanto, todos somos hermanos. Esto es lo que la Iglesia va haciendo en el mundo: anunciando el reinado de la justicia, de la verdad, de la paz.
La Iglesia intenta hacer las cosas con un amor semejante al de Cristo, intentando abrir los ojos a los pueblos con la cultura, para que se abran a la luz y dejen de vivir en la oscuridad de la ignorancia; abrir los oídos, para que escuchen el quejido de sus hermanos que viven a su lado aplastados y dejen de vivir enfrentados con la ley de la selva; que dejen de vivir sometidos y levanten la voz proclamando su dignidad de personas; apoyándoles para que sean capaces de levantarse y seguir caminando y construyendo un mundo en paz.
Esta es la MISIÓN que define y le da sentido a la Iglesia; no va “imponiendo” nada, simplemente ofrece y, aquel que quiere, se alinea en esta causa y quien no, sigue tranquilamente su camino.
Los creyentes en Jesús y miembros de la Iglesia, la familia cristiana, asumimos el proyecto de Jesús, lo hacemos nuestro y nos incorporamos a su realización participando cada uno desde el puesto que ocupamos en la vida y lo hacemos con nuestra oración. Con la ayuda económica, con nuestra colaboración y poniendo nuestras vidas al servicio de la MISIÓN.
Anunciar el Evangelio para un cristiano es objetivo primero y fundamental y, eso no está movido por el afán proselitista de aumentar el número de afiliados a una confesión religiosa, sino -como dice San Pablo- es una necesidad imperiosa de proclamar lo que se lleva dentro; en este sentido, nuestro referente es Jesús: cuando más le hubiera interesado aumentar el número de adeptos al grupo, hubiera sido lógico que rebajara el listón de las exigencias; sin embargo, no lo hizo, sino que, por el contrario, dejó bien claro cuál es la MISIÓN de todo seguidor suyo, de la Iglesia: ser LUZ que alumbre el camino de la justicia, de la verdad y de la paz; ser SAL que dé gusto y sentido a la vida, actuando como la sal, que se diluye y cambia el sabor de los alimentos. Así la Iglesia y cada cristiano, tiene como misión transformar la realidad con la fuerza del amor, la fraternidad, la solidaridad, el respeto… ser LEVADURA que transforme el mundo y haga de él un espacio de encuentro fraterno y justo, un espacio de amistad, de respeto, donde los seres humanos se sientan acogidos, respetados, tenidos en cuenta…
Este es el significado del DOMUND: el DOMINGO en que la Iglesia reflexiona y celebra lo que es su esencia, el mensaje que Cristo le dejó para que siga proclamándolo a todo el mundo, porque el mensaje de PAZ, de AMOR, de VERDAD de JUSTICIA, de LIBERTAD… es algo que no hace daño a ninguna cultura, a ningún ser humano de ninguna raza, de ninguna religión, de ninguna lengua… es un mensaje que no rompe nada ni trastorna nada, a no ser que algo esté destruyendo a la persona. La apuesta de Jesús es precisamente por la PERSONA y no por la estructura de la Iglesia.
Lo que la Iglesia hace hoy es como una proclamación de la razón y sentido de su existencia en la tierra. Es algo que no se puede guardar, no puede renunciar a proclamarlo.
Pues bien, para aquellos que todo lo cuestionan y que siguen sosteniendo que proclamar el Evangelio es un atropello a la cultura, yo me planteo entonces: si eso es así, también Cristo cometió un atropello llegando a su tierra, invadida por el imperio romano, y sostenida la invasión por los dirigentes de su pueblo; Él llegó proclamando la igualdad de todos, la justicia y el respeto a los más débiles, y el amor como norma de relaciones entre su pueblo... Esto rompía la cultura establecida.
Según estos, cometió un atropello proclamando todo esto y, también, fue un atropello lo que hizo Gandhi en la India, o lo que hizo la madre Teresa de Calcuta, o lo que hizo mi amigo Alfredo: dicen de él que fue la cabeza mejor amueblada y la mente más brillante que pasó el siglo pasado por la Universidad Gregoriana de Roma; tenía a su disposición todo lo que hubiera pedido en su vida; se ordenó sacerdote, se metió en la selva amazónica con los jíbaros y cuando llegó allí, quemó su pasaporte para gastar su vida con ellos.
Todo su ser y su haber quiso gastarlo con aquel pueblo, perdido e ignorado por todos, respondiendo a la llamada de Jesús para ayudar a levantarse a este pueblo, para ayudarle a tomar conciencia de sí y de su dignidad de personas; con ellos se encarnó y aprendió la lengua, su cultura; fue recogiendo sus costumbres, sus tradiciones, sus mitos, su música; fue estudiando su hábitat con la fauna, la flora y todos los mitos que rodeaba a cada árbol a cada animal, a cada flor… fue estudiando sus mitos y su influencia en la forma de ver la vida y el universo.
Con la ayuda de los cristianos de la iglesia universal (DOMUND) creó una escuela radiofónica con la que alfabetizó a todos los indígenas de la selva amazónica, consiguiendo el nivel más alto de alfabetizados del país.
Hizo que este pueblo perdido e ignorado, que sólo sonaba por su costumbre de reducir cabezas, adquiriera su dignidad, levantara su voz y fuera escuchado en todos los foros internacionales donde hablan los hombres; hizo que la lengua de este pueblo haya sido reconocida a todos los niveles, dándole una estructura gramatical y recogiendo toda la literatura que existe en este pueblo.
Alfredo terminó atropellado por un camión una noche de tormenta que le cogió caminando por uno de aquellos carriles.
La vida de Alfredo, un hombre de nuestros días, es el referente de millones de vidas que, como él, ante la llamada de Cristo fueron capaces de decir “Aquí me tienes”. Pero de estas vidas nadie habla, ni dice lo que están haciendo; parece que suena más comprometido y actual el ponerse a criticar a la Iglesia y a los cristianos y acusarlos de impostores y tener un lenguaje descalificador y condenatorio haciendo alusión a tiempos medievales, pero luego no los llames a un compromiso ni una implicación en la defensa de los desprotegidos.
Para la Iglesia y los cristianos comprometidos es esta la gloria mayor que tendrá siempre: es el signo que la identifica, es la verificación de la sentencia de Jesús: “Bienaventurados vosotros cuando os persigan, os insulten y calumnien por mi causa…”