Sebastián y Encarna nos mandan esta carta que les ha llegado y que aparece en Ecclesalia.net. El autor es Pepe Laguna y nos ha parecido especialmente oportuna.
Ya es Navidad en la isla de Alborán. No han sido los ángeles quienes me han dado la buena noticia, lo he leído esta mañana en las ediciones digitales de todos los periódicos: ayer domingo, una María negra dio a luz una preciosa niña en la embarcación con la que cruzaba “ilegalmente” el Estrecho.
Igual que hace dos mil años, María huía del futuro dictado por los Herodes de la miseria y la corrupción. En esta ocasión no viajaba a lomos de un burro, sino en el húmedo vientre de una patera. Como entonces, le llegó el momento del parto en pleno viaje y el pesebre fue sustituido por un desvencijado cayuco. No había posada ni para ella, ni para los 32 subsaharianos que la acompañaban, entre ellos siete embarazadas más y seis menores.
La estrella de Oriente se adaptó a los nuevos tiempos y se transmutó en una llamada de móvil que un ángel anónimo hizo desde Marruecos avisando de la salida de la embarcación la tarde anterior.
El calor que otrora dieron al niño un buey y una mula, ayer lo ofreció el regazo del guardia civil que durante dos horas, hasta llegar a Motril, protegió a la pequeña del intenso frío.
¿A qué esperamos para salir corriendo a Alborán y poner a los pies de la niña el requesón, la manteca y el vino de nuestras rebosantes despensas? ¿A qué esperan los políticos y sabios para ir a ofrecerle el oro, el incienso y la mirra de un futuro lleno de posibilidades? ¿Vamos a dejar que, dos mil años después, la sombra de una cruz se proyecte sobre el porvenir de esa niña? En cada crío que nace se juega la salvación compartida de un futuro mejor para todos, empezando por los últimos. Alegrémonos con los pastores porque ya es Navidad en Alborán.
Ya es Navidad en la isla de Alborán. No han sido los ángeles quienes me han dado la buena noticia, lo he leído esta mañana en las ediciones digitales de todos los periódicos: ayer domingo, una María negra dio a luz una preciosa niña en la embarcación con la que cruzaba “ilegalmente” el Estrecho.
Igual que hace dos mil años, María huía del futuro dictado por los Herodes de la miseria y la corrupción. En esta ocasión no viajaba a lomos de un burro, sino en el húmedo vientre de una patera. Como entonces, le llegó el momento del parto en pleno viaje y el pesebre fue sustituido por un desvencijado cayuco. No había posada ni para ella, ni para los 32 subsaharianos que la acompañaban, entre ellos siete embarazadas más y seis menores.
La estrella de Oriente se adaptó a los nuevos tiempos y se transmutó en una llamada de móvil que un ángel anónimo hizo desde Marruecos avisando de la salida de la embarcación la tarde anterior.
El calor que otrora dieron al niño un buey y una mula, ayer lo ofreció el regazo del guardia civil que durante dos horas, hasta llegar a Motril, protegió a la pequeña del intenso frío.
¿A qué esperamos para salir corriendo a Alborán y poner a los pies de la niña el requesón, la manteca y el vino de nuestras rebosantes despensas? ¿A qué esperan los políticos y sabios para ir a ofrecerle el oro, el incienso y la mirra de un futuro lleno de posibilidades? ¿Vamos a dejar que, dos mil años después, la sombra de una cruz se proyecte sobre el porvenir de esa niña? En cada crío que nace se juega la salvación compartida de un futuro mejor para todos, empezando por los últimos. Alegrémonos con los pastores porque ya es Navidad en Alborán.